jueves, 14 de marzo de 2013

LA CONVIVENCIA CON BERGOGLIO

¿Cómo convivir con un papa argentino en Roma? Por Martín Piqué La fumata blanca que anunció la elección del porteño Jorge Bergoglio como nuevo Papa de la Iglesia Católica sorprendió al gobierno nacional. El adversario de la última década, con el que Néstor Kirchner y Cristina Fernández supieron tener una relación conflictiva, con cortocircuitos y desplantes mutuos, se convertía así en uno de los hombres más influyentes de la humanidad. Nunca se terminará de saber si en el ascenso de Bergoglio fue determinante la acción del Espíritu Santo o la muñeca política de un astuto cardenal, formado en el peronismo ortodoxo de Guardia de Hierro y en la tradición misionera de la Compañía de Jesús. En los primeros años del kirchnerismo, Bergoglio tuvo una pésima relación con Kirchner y su esposa. Las frases (como su ataque a la “ideología revanchista”, pronunciada en 2004) que arrojaba cada 25 de mayo en su homilía de la Catedral metropolitana alimentaba la portada de los diarios. El oficialismo, como respuesta, ordenaba trasladar el Tedeum desde Buenos Aires a templos de las provincias. La relación pasó por momentos de mucha tensión. Las declaraciones del ex capellán castrense Antonio Baseotto, el impulso silencioso de Bergoglio hacia la candidatura del obispo misionero Joaquín Piña y la revisión de la conducta de la Iglesia durante la dictadura inyectaron nerviosismo en ambos lados. Bergoglio, sobre quien pesa una oscura historia en torno a su discutido papel ante la desaparición de los jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio, incluso llegó a declarar ante el Tribunal Oral Federal nº 5 en el marco causa ESMA. En los tiempos de batalla, Bergoglio –como buen jesuita, al fin— no eludió la polémica. Kirchner, convencido de que el cardenal se había adjudicado la tarea de organizar la oposición cultural y política al oficialismo, tampoco ahorró críticas. “El diablo llega a todos. Tanto a los que visten pantalones como a los que usan sotanas”, cargó durante un acto en el que puso el acento sobre la complicidad de la jerarquía católica con el terrorismo de Estado. La distancia entre Kirchner y Bergoglio no sólo obedecía a la coyuntura: entre ambos siempre hubo contradicciones ideológicas, propias de dos visiones distintas del (siempre vivo y heterogéneo) movimiento nacional justicialista. Si Kirchner encarnaba a la generación de la Juventud Peronista que en los ‘70 se organizó en torno a la Tendencia, Bergoglio nunca ocultó su paso –en los años mozos- por la vertiente más ortodoxa de Guardia de Hierro. Los recelos mutuos, los choques en público, se mantuvieron a lo largo de 2008 con el conflicto por la 125, y también durante el progresivo repunte del kirchnerismo, entre 2009 y 2010, cuando el gobierno logró sancionar dos leyes claves, como la Ley de Medios y la Ley de Matrimonio Igualitario. Nunca se supo, sin embargo, que Bergoglio no veía con malos ojos la aprobación de la figura legal de la unión civil. Su rechazo estaba concentrado en la asimilación, con los mismos derechos, del matrimonio heterosexual con el de las personas del mismo sexo. “No se trata de una simple lucha política. Es la pretensión destructiva al plan de Dios”, declaró en aquel 2010. El vínculo seguía cortado, con la convicción desde ambas partes –la Casa Rosada, el Arzobispado de Buenos Aires- de que estaban frente a un rival de cuidado, cuando se produjo la inesperada muerte de Kirchner. El miércoles 27 de octubre de 2010, aquel día del censo y de la terrible noticia, Bergoglio celebró un oficio religioso en la Catedral en homenaje al ex presidente. “Este hombre (por Kirchner) cargó sobre su corazón, sobre sus hombros y sobre su conciencia la unción de un pueblo. Un pueblo que le pidió que lo condujera. Sería una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no con él, olvidara que este hombre fue ungido por la voluntad popular”, dijo Bergoglio ante la escucha concentrada de varios fieles muy conocidos en el ambiente político, como la diputada del PRO, Gabriela Michetti, y el ex jefe de gobierno radical Enrique Olivera. Desde aquel instante, sin ganar afecto o recuperar definitivamente la confianza, la relación entre Bergoglio y la presidenta Cristina Fernández fue normalizándose de forma silenciosa. Con la gestión discreta de algunos emisarios que tienen llegada a ambos lados (como el Equipo de Pastoral de Villas del arzobispado porteño y la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, cristiana devota), y tras la salida de Bergoglio del Episcopado luego de cumplir dos mandatos consecutivos –lo sucedió el arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo–, el vínculo del cardenal y la presidenta ingresó en un proceso de moderación y búsqueda de coincidencias. La decisión oficial de no impulsar la despenalización definitiva del aborto, y la implementación de una asignación especial para embarazadas, cayeron muy bien en el Arzobispado porteño. En ese contexto llegó la noticia inesperada. Bergoglio, que no estaba entre los favoritos de las casas de apuestas, logró los votos necesarios. El cardenal hincha de San Lorenzo, hijo de italianos, de pasado controvertido durante la dictadura y voces que pretenden desagraviarlo (como Clelia Luro, viuda del ex obispo Jerónimo Podestá, quien luchó para terminar con el celibato obligatorio) se convirtió en el protagonista de un hecho histórico. Ser el primer Papa no europeo. El primero sudamericano. Su elección, a pesar de todas las discusiones, ayer fue festejada por calificadas voces del kirchnerismo. ¿Cómo convivir con un Papa argentino en Roma? Esto recién comienza. 14/03/13 Infonews

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