viernes, 8 de marzo de 2013

LA CAIDA DEL REY NAN ULTIMA PARTE

Li echó un rápido vistazo al ave y siguió comiendo y tomando cortos sorbos de vino sin hacer comentarios. Nan prosiguió: —Me parece que por primera vez veo las cosas. Sonidos, colores. Con la realidad de los sueños pero mejor, pues aquí soy dueño de mi persona. —¿Por qué "la realidad de los sueños"? —Porque los sueños son violentos y reales, pero te dominan. Y este sitio es tan verdadero como un sueño pero incomparablemente superior. Durante cincuenta y ocho años he sido un Emperador de fantasía, que ni siquiera fue Rey... —Has sido un gran Rey y quizás el más noble de todos los Emperadores Chou. —Pero no tenía poder verdadero y mis órdenes no se cumplían. Todo me salió mal y, aparte, el Dragón Negro de los Ch'in está muy alto en el Cielo. Pero no es de esto que deseaba hablarte. Por más Emperador de pacotilla que yo haya sido lo fui durante cincuenta y ocho años, y con las mismas obligaciones y servicios que un verdadero Hijo Celestial. Nunca tuve una mañana para mí. No hemos sido campesinos ni tú ni yo, Li. —Yo sí. —Ah: es verdad que tú vienes del Ducado de Lu, lo mismo que Confucio. —Y fui muy pobre. Hasta que tú me elevaste, mi Señor. —Me olvidé. Han pasado tantos años. Pena que no fui campesino. Lamento no saber qué es la expectativa de levantarse cada mañana y ver el bosque. Sus sonidos y colores. Ya no podré hacerlo. Es una lástima. —Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo. —No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. —El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó: —¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China? —Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país. Nan miró el sol que seguía subiendo. —¿Qué harías tú, Li, si yo te ordenase viajar al Oriente y salvar tu vida? —Sentiría mucha pena porque nunca desobedecí una orden de mi Emperador. Me aterra la posibilidad de terminar toda una vida de servicio con un acto tan reprochable. Nan suspiró. —Podríamos aún concedernos dos horas para hablar de las cosas buenas que vivimos: de las sopas de tortuga y nido de golondrina, de las codornices cocidas en queso, de las hierbas aromáticas y los picantes, de la infancia y los juegos del amor... —recordó de pronto a Ciruelo Dorado y a las otras siete—. Pero todo ello haría más difícil la tarea inevitable. Es preciso entonces no vacilar y endurecer el corazón. Li asintió y procedió a tomar la cajita de madera que tenía grabados el Pa Kua y el símbolo Yin—Yang. Corrió la tapa mostrándole al Rey Nan su interior: —Hay aquí dos perlas negras, tal como puedes ver. Las obtuve de las amapolas (3). Son una sustancia muy particular, que sirve para curar, apagar el dolor o viajar a los Torrentes Amarillos sin dificultades ni molestias. Caerás en un sueño cada vez más profundo. Al principio raro pero placentero. Después aparecerán algunos monstruos, pero no temas: no es más que la vida, ansiosa de seguir viviendo y que se defiende. Por último aparecerán en lontananza las Nueve Cisternas, señal de que falta poco. Para ese entonces la vida habrá dejado de luchar y los Torrentes te conducirán en forma placentera hacia el fondo. Toma esta perla y bébela con un poco de vino. —Nan se apresuró a obedecerlo. Luego Li prosiguió:— Mientras esperamos... aguarda un instante a que yo tome la otra... te contaré un cuento. Es uno que inventé para mi hijo, que cuando era pequeño tenía mucho miedo a la muerte. Tú ya seguramente recuerdas que murió catorce años atrás, como oficial tuyo, combatiendo contra Ch'in (4) ¡Cómo los derrotamos en aquella ocasión! Pero eran otros tiempos. El cuento se llama El Fantasma y el Dragón. Un hombre perdió la vida y su espectro dirigióse a los Torrentes Amarillos. Caminó y caminó por un páramo desolado, con cenizas de un metro de alto. Luego de vadear la ceniza se encontró con la horrenda Catarata que, oro y espectral, se precipitaba desde una enorme elevación. Parte de la ceniza del camino caía en copos, revoloteando como la nieve. El hombre, para cumplir con su muerte, se arrojó. Tardó cien años en llegar al fondo, tan profundo es ese abismo. Abajo encontró un dragón que acababa de morir. Empezaron a caminar juntos hasta el Castillo de los Muertos, donde los esperaba el Prinape Yen. Hacía mucho frío. —Li vio de reojo que Nan, con los ojos cerrados, temblaba levemente—, y debieron atravesar ríos de mercurio a cuyas márgenes crecían plantas de piedra. Caminaron días y días. El dragón se limitaba a mirarlo cada tanto, pero sin responder a ninguno de sus comentarios. Caminaron meses y meses. El hombre empezó a cansarse de tanto silencio. "Oye, dragón, ¿por qué no me hablas? Después de todo estás tan muerto como yo." El dragón lo observó con lástima y afecto. Se ve que no podía hablar. Caminaron años y años. El Castillo de los Muertos estaba cada vez más cerca. El umbral de la entrada solo era más alto que las montañas de la cordillera Tsinglin. "Pronto deberemos trepar el altísimo umbral y aún no te has dignado dirigirme la palabra. Quisiera saber, por ejemplo, los motivos de tus cambios de color. Cuando te encontré eras azul. Luego, al marchar, te tornaste negro, verde, rojo. Ahora eres como de plomo, con partículas doradas. ¿Cuál es el misterio?" —Nan ya estaba inmóvil.— El dragón parecía a punto de hablar, pero justo en ese momento se oyeron tres fuertes golpes que conmovieron todo, hasta el Castillo de los Muertos. Las partículas doradas del dragón crecieron hasta ocupar su cuerpo, que se hizo de oro esplendente, como en fragua. El hombre despertó en su cama. A un lado vio a su mujer llorando de alegría y a cierto médico taoísta. "Estuviste sin sentido durante tres días y muerto por completo durante un minuto", dijo el médico. "Felizmente, luego de golpearte tres veces en el pecho, logré mutar el dragón a tiempo." Y le mostró un vaso lleno de líquido dorado. Cuatro días más tarde el hombre trabajaba otra vez en el arrozal. Li auscultó a Nan y pudo verificar que el Hijo del Cielo estaba muerto. El mago, tal su intención, había tragado una falsa perla, inofensiva e inocua. Ahora, ya cumplido el servicio, sacó de entre sus ropas el opio verdadero y se apuró a tragarlo con la ayuda de un poco de vino. El anciano Rey Chau Siang, de Ch'in, no tomó Lo, capital de Chou. Tal como Nan había predicho la "reservaban como postre": todo Chou cayó siete años después de la muerte de Nan Hwang, el último Emperador Chou. En cuanto a los Trípodes Sagrados de los Shang, que estuvieron nueve siglos en manos de la dinastía Chou, fueron capturados por Ch'in en el año 255 antes de la era cristiana (uno después del suicidio del glorioso rey Nan). (1) Los Torrentes Amarillos o Las Nueve Fuentes Arnarillas: el Mundo de los Muertos, para los antiguos chinos. (2) Los Nueve Trípodes Sagrados eran de bronce y fueron fabricados durante la dinastía Shang. En ellos estaban grabados los rnapas del Imperio y sus nueve divisiones. Los Chou los conservaron novecientos años en su poder, pues representaban el poder imperial. Quien no tenía los Trípodes no era reconocido como Hijo del Cielo. (3) La introducción del opio, en China, es muy posterior a la muerte del rey Nan. El mago Li, con seguridad, descubrió la droga por su cuenta. En su casa tenía arnapolas para sus magias. (4) Si bien el Emperador Nan no se involucró directamente en ese conflicto, envió oficiales a luchar, disimuladamente, contra Ch'in. Este último Estado advirtió a Nan que la repetición de tales acciones bélicas encubiertas desembocaría en guerra franca. [De "La mujer en la muralla" ©1990 Alberto Laiseca. ©1990 Editorial Planeta]

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