domingo, 10 de marzo de 2013

EL 73 POR HERNAN BRIENZA

1973 o las ruinas de la Revolución Por Hernán Brienza Se cumplen 40 años de la victoria electoral de Cámpora. Su vigencia y la oportunidad del kirchnerismo. I. Leía ayer por la mañana, en una mesa del café de mi barrio, entre medialunas tibias, vecinos que hacían las compras, alguna que otra mujer bonita que paseaba su mascota, y un sol que remoloneaba entre unas nubes de lluvia. Digo que leía, mientras en una mesa de hombres se comentaban las imágenes de los funerales de Hugo Chávez en Venezuela, el libro Las cuestiones, escrito por ese inmenso intelectual que fue Nicolás Casullo, cuando comencé a disfrutar del juego de ideas que se producía en mi cabeza. Casullo, a quien tuve la posibilidad de entrevistarlo alguna vez, desarrolla desde las primeras páginas una preocupación profunda: ¿Cómo pensar la Revolución como pasado? Habla, obviamente, de esa idea todo abarcadora de la modernidad que ató desde la Revolución Francesa hasta las experiencias latinoamericanas de segunda mitad del siglo XX. Pero a mí me gustaría en cambio, pensar no tanto en la "Revolución" como concepto sino en la "revolución" como cuestión histórica analizada "como pasado". Y si hay un instante histórico en que se produce en la Argentina un chispazo, un rayón, un atisbo, ese momento es el año 1973. Mañana, lunes 11 de marzo de 2013, se cumplirán 40 años de la victoria electoral de la fórmula Cámpora-Solano Lima, que encabezaba el Frente Justicialista de Liberación. Aquella jornada, el Peronismo, luego de casi 18 años de restricciones ganaba las elecciones en forma indiscutible. Pero ganaba en realidad toda la sociedad argentina. Constituyó un verdadero triunfo de la democracia: los argentinos pudimos votar casi en libertad. Faltaba apenas un paso más: poder votar por Juan Domingo Perón. Sin embargo la fórmula "Cámpora al gobierno, Perón al poder", era prácticamente como abrir las puertas a la normalidad institucional en el país. Digo que ese 73 fue el año más cercano a la "revolución" porque ha quedado en la memoria de muchos como el momento de mayor vecindad de un gobierno argentino con las ideas de izquierda. El gabinete integrado por jóvenes ligados a la Tendencia Revolucionaria, la movilización popular callejera, la construcción simbólica y discursiva, el 25 de mayo con las presencias de Osvaldo Dorticós y Salvador Allende en la Casa Rosada, el Devotazo, parecían marcar el definitivo ingreso del Peronismo a la izquierda. Y agrego que ese 73 influye, tiñe, empaña la mirada de algunos de los que vivieron aquellos sucesos sobre la actualidad. Ese 73 fue tan potente que marca todavía el presente y funciona como "pasado revolucionario". Y señala al presente desde "lo faltante". Nada es como fue en aquel 73. Las juventudes eran "rebeldes y combativas" y no "obsecuentes y falta de creatividad". En el presente hay un "antes era diferente" perpetuo que señala e interpela al kirchnerismo, por ejemplo, y a las organizaciones juveniles desde la nostalgia de aquello que nunca pasó y por no haber pasado permanece intacto y perfecto. Las generaciones posteriores no reconstruimos al kirchnerismo desde el '73. En algún punto, ese año, nos remite al fracaso, al dolor, a la desesperanza. Y la actualidad nos relaciona con pasados cercanos como la dictadura de nuestra niñez o el neoliberalismo como látigo que laceró cualquier posibilidad y esperanza. La relación con el proceso iniciado en el 2003 no es de "demanda ante lo faltante". Sino de comprensión del kirchnerismo como lo posible y como una posibilidad. Acostumbrados a bailar en las ruinas de la revolución, los jóvenes de hoy perciben al kirchnerismo como posibilismo –existe un realismo político de exigir y esperar aquello que no resulta desmesurado ni utópico– pero también con una segunda cara que incluye la esperanza. Como un espíritu renovado, se presenta ante la mirada de muchos jóvenes y no tanto –mirada influida, teñida, empañada por la luz vieja que emanan esas ruinas anheladas– como posibilidad, como una última bala de plata, ya no como renuncia sino como oportunidad de reconstrucción, de remodelación, de aquellas viejas ruinas. Es decir, frente al neoliberalismo, frente al desastre y el pavor que produjo el 2001, frente a la abulia existencial que producen el macrismo, el delasotismo o el socialismo de derecha, el kirchnerismo se presenta a sí mismo como una continuidad de aquellos procesos históricos "transformadores", es decir, como un nuevo nudo de poder/potencia/posibilidad. Para finalizar, esa misma diferencia de miradas sobre el kirchnerismo, de los "setentistas" –por poner una categoría injusta– muchas veces se vuelve contra el propio pasado e incluso se analiza al propio Perón desde la mirada de la "revolución frustrada", de hijo traicionado, elaborando una categorización extremadamente injusta sobre el fundador del movimiento y sin hacer una profunda revisión crítica de sus propios postulados y su accionar en aquellos años tan juveniles. II. El viernes recibí un mail de Comuna –la agrupación de comunicadores de la que formo parte– firmado por el abogado Sebastián Taiariol en el que recomendaba leer el discurso de asunción de Cámpora. Es por eso que al lado de Las cuestiones, llevaba un pequeño librito anaranjado titulado La Revolución Peronista, editado por Eudeba en 1973, y que recopila los discursos de Cámpora en ese año tan ajetreado. Me llamó la atención un hilo conductor entre Perón, Cámpora y Cristina Fernández de Kirchner: su preocupación por democratizar el Poder judicial de la República Argentina. El 20 de Enero de 1973, En el Hotel Crillón de Buenos Aires, el todavía candidato presidencial anunciaba las "Pautas Programáticas" del Frejuli, y decía lo siguiente respecto del Poder Judicial: "No obstante el conservatismo que en casi todos los países se atribuye a los miembros del Poder Judicial, la posibilidad de que los jueces participen de un proceso de cambio, de un proyecto nacional con sentido revolucionario para promover el desarrollo del país con justicia y libertad, no debe ser en manera alguna descartado y, por el contrario, sería promisorio. Tampoco afecto su independencia personal sino que, por el contrario, lo entronca con el pensamiento de las grandes mayorías populares expresado a través de los órganos competentes del Estado. Cuando se habla de la independencia de los jueces generalmente se piensa en una sola vertiente de esa independencia y es la que se refiere a sus relaciones con el gobierno y a la necesidad de preservarla de toda interferencia de los poderes políticos del Estado. (…) Pero existen otras amenazas más sutiles a la independencia de los jueces y es a las ideas del grupo social al que pertenecen y a su tabla de valores. Ello no significa poner en duda su deseo de imparcialidad, sino poner de manifiesto una realidad que no puede ignorarse desde que la gran mayoría de los magistrados provienen de un mismo sector social ya que el ingreso a la carrera se funda, generalmente, en lazos de parentesco y amistad. Es preciso ampliar las formas de reclutamiento y selección de sus miembros para hacerlo accesible a todos los sectores sociales. En un Estado democrático todos los ciudadanos deben tener las mismas posibilidades de acceso a todas las funciones sin otro requisito que el de su idoneidad específica para el cargo". ¿No es impresionante? Pero hay más. Lea atentamente lo que dijo el propio Perón al asumir el 4 de junio de 1946: La Justicia "además de independiente, ha de ser eficaz y no puede ser eficaz si sus ideas y conceptos no marchan a compás del sentido público. De otro modo se frustrarán respetables anhelos populares y se entorpece el desenvolvimiento social con grave perjuicio para las clases obreras. Estas, que son naturalmente las menos conservadoras en el sentido usual de la palabra, al ver como se cierran los caminos del derecho no tienen más recursos que poner su fe en los procedimientos de la violencia". Profético ¿verdad? A más de 65 años del discurso de asunción de Perón, el Poder Judicial sigue intocable en sus privilegios y en su forma de administrar justicia. Y si se habla de continuidades y rupturas, uno no puede más que recordar las palabras recientes de la presidenta de la nación Cristina Fernández de Kirchner en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso: "Logramos una reforma política importante: llevar la interna de los partidos hacia afuera, por afuera de las burocracias político-partidarias, y de esta manera permitir el ingreso de la ciudadanía. Lo cierto es que esto no ha sucedido, obviamente por múltiples razones, en el tercer poder, el Poder Judicial. Les voy a contar una anécdota: ¿Ustedes se acuerdan del Bicentenario? ¿Se acuerdan de unas carretas que significaban el golpe de Estado; que se incendiaba la Constitución y se quemaba la urna y el sillón presidencial también? Originalmente habían pensado que la balanza de la Justicia también se incendiaba; y yo dije "No", porque la Justicia nunca se modificó. Acá se echaron gobernadores, se encarcelaron gobernadores y presidentes y se cerró este Parlamento, pero la Justicia nunca fue tocada. Así que dije "La Justicia no la incendien; que incendien el Parlamento y que incendien el Poder Ejecutivo, que son los dos que siempre derribaron en todos los golpes militares. Pero ¿cómo hacerlo? Yo creo que nosotros tenemos que hacer una profunda democratización del Poder Judicial." III. Palabras más, palabras menos, hay una misma convicción en Perón, Cámpora y Cristina de que para llevar adelante una redistribución de derechos políticos, económicos, sociales y culturales se hace imperativo y necesario democratizar el Poder Judicial para todos los argentinos. Perón. Cámpora. Kirchner. Tres momentos históricos distintos. Con sus diferencias, con sus rupturas, con sus alternancias. Amalgamarlos es cometer un burdo error de interpretación. Separarlos, contraponerlos, enemistarlos es una mezquindad y una miserabilidad. Cierro el libro y pago el café. Ciertas continuidades y coherencias de la historia me reconfortan y me producen una secreta e íntima emoción intelectual que me sugiere que no es necesario escribir absolutamente nada más. Tiempo Argentino GB

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