martes, 12 de marzo de 2013

DIALETICA DEL FUNERAL DE ESTADO POR RAGENDORFER, OPINION

Dialéctica del funeral de Estado Por Ricardo Ragendorfer El significado político del entierro de Hugo Chávez frente a las despedidas de otros mandatarios. Las manipulación mediática de su enfermedad y muerte a la luz de la historia. Los truculentos casos de Lenin y Francisco Franco. Una "marea roja". Esas dos palabras fueron convertidas en un lugar común por la prensa para describir el lento avance de los venezolanos –la mayoría con banderas y camisas de dicho color– por el Paseo de los Próceres, en Caracas, hacia la Academia Militar del Fuerte Tiuna. Allí habían sido llevados los restos de Hugo Chávez. A sólo 24 horas de su muerte, tres jefes de Estado –Evo Morales, José Mujica y Cristina Fernández de Kirchner– integraban la primera guardia de honor en la capilla ardiente del Salón Simón Bolívar. Dos días más tarde, serían 30 los mandatarios bajo aquel techo. En tanto, la "marea roja" –calculada en millones de personas– desbordaba las calles y avenidas de la ciudad para despedirse de su líder. Los ojos del mundo estaban depositados en aquel sitio. La extraordinaria magnitud del acontecimiento hizo que otros hechos de la agenda internacional –cómo la renuncia del Papa Ratzinger– se transformaran en noticias menores. Claro que las coberturas periodísticas de las exequias del presidente bolivariano incluían todo tipo de especulaciones; algunas, dignas de un sitial en la historia de la comunicación masiva. "Chávez murió en Cuba, y no en Caracas", fue la gran primicia del diario español ABC, no sin otro dato exclusivo: "El féretro llevado en procesión a la Academia Militar no contenía el cuerpo de Chávez". La ligereza de tales afirmaciones remite a la fotografía falsa del estadista en presunta agonía, publicada el 24 de enero por el diario El País, de Madrid. Un verdadero hito en la materia Lo cierto es que, desde el 30 de junio de 2011 –cuando Chávez informó que fue operado de cáncer–, su enfermedad sería tierra fértil para la intoxicación informativa. Operadores de toda laya, ciertas empresas de medios, agentes de inteligencia y cuadros de la oposición fueron los actores preferenciales de esas maniobras, las cuales tuvieron su cénit a partir del 11 de diciembre de 2012, cuando su última intervención quirúrgica en Cuba lo corrió definitivamente de la escena. Los rumores –a veces, provistos de una maldad innecesaria– eran de manual y apuntaban sobre la misma dirección: Chávez no habría sobrevivido a la cirugía, y su muerte era mantenida en secreto por el gobierno venezolano. En consecuencia, la máxima autoridad de la República se había convertido en una versión populista del Cid Campeador, cuyo cadáver fue encajado sobre su corcel para espantar a los infieles. Resultaba muy notable la profusión de ese ángulo ficticio de la realidad, precisamente cuando desde las esferas oficiales en todo momento se difundieron los datos sobre su salud de un modo sobrio, prudente y veraz. Es decir, a contramano de muchos otros países en situaciones similares, a lo largo de la historia. Al respecto, bien vale repasar algunos casos. GOOD BYE, LENIN. A comienzos de 1924, León Trotsky –quien por entonces era miembro de dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS)– se encontraba en la ciudad de Tiflis, a cuatro días en tren de Moscú. El 21 de enero recibió un mensaje cifrado de Stalin –el secretario general del Partido y su acérrimo rival en el Politburó– con sólo tres palabras: "Lenin ha muerto." Ello había sucedido el 21 de enero. El líder de la revolución bolchevique por entonces ya estaba retirado de sus tareas a raíz de su endeble salud. El estrés por la intensidad de sus actividades y una bala aún alojada en el cuello –a raíz de un atentado en 1918– le causaron dos infarto en mayo y diciembre de 1922 y un ACV al año siguiente, que lo privó del habla, además de paralizar parte de su cuerpo. Tal situación médica agudizó el enfrentamiento sectorial de la dirigencia soviética. "Lenin ha muerto", volvió a leer Trotsky en Tiflis, sin dar crédito a tal frase. Luego, lentamente, asimilaría la noticia, y escribió: "Lenin ya no existe. Estas palabras caen sobre nuestra mente con el mismo peso que una gigantesca roca en el océano." Durante un momento, se preguntó si debía regresar a Moscú. A tal efecto, se puso en contacto con Stalin, quien dijo que el entierro se haría al día siguiente, de modo que Trotsky no podía llegar a tiempo. Era un engaño: el funeral fue pautado para el 27 de enero, pero Stalin tenía grandes razones para mantener alejado a Trotsky durante las elaboradas ceremonias en la capital de la URSS. Allí, en medio de una pomposa escenografía, las multitudes desfilaron ante el féretro del insigne fallecido, ante la notoria –y forzada– ausencia de su alfil más apreciado. Fue como si –desde la distancia– una parte del propio Trotsky hubiera descendido a la tumba de Lenin. Sin embargo, la trampa de las fechas tendida por Stalin no fue su única maniobra en la ofensiva contra el creador del Ejército Rojo. Tras su primer infarto, Lenin redactó una serie de documentos para indicar las directrices futuras para el gobierno. El más famoso de ellos es el llamado Testamento de Lenin. Allí, describe a Stalin con términos no muy elogiosos: "Tiene una autoridad ilimitada en sus manos, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia." A continuación, sugería sacar a Stalin de sus funciones en el Partido. Sobre Trotsky, diría: "Está muy atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos, pero es sin ninguna duda el hombre más capaz del actual Comité Central." En mayo, el Partido trabajaba en los preparativos del XIII Congreso. Los delegados más importantes del Comité Central se reunieron el 22 de ese mes para conocer el testamento de Lenin, que había permanecido hasta entonces bajo custodia de la viuda. La lectura de ese texto fue como un rayo caído del cielo. Los presentes oyeron con absoluta perplejidad el pasaje en que Lenin castigaba la rudeza y la deslealtad de Stalin, aconsejando su relevo. Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, dos aliados del secretario general, salieron en su rescate con el siguiente argumento: "Cualquiera que fuese la culpa de Stalin en opinión de Lenin, la falta no era tan grave y Stalin la había rectificado con amplitud. Si Lenin hubiese presenciado los sinceros esfuerzos de Stalin por enmendarse, no habría instado al Partido a destituirlo." Los delegados, ya durante el Congreso del Partido, resolvieron pasar por alto la recomendación de Lenin sobre Stalin. Pero en ese caso, el testamento no podía publicarse. Por ello, el Comité Central votó por abrumadora mayoría a favor de la supresión de ese documento. Hasta último momento, como si el asombro que sentía hubiese paralizado su capacidad de reaccionar, Trotsky se mantuvo en silencio. Fue el comienzo de su lento camino hacia la derrota. Seis años después sería expulsado de la URSS. Zinoviev y Kamenev fueron ejecutados por Stalin en 1936, durante los denominados Procesos de Moscú, junto con otros antiguos aliados suyos. Trotsky fue asesinado en 1940 por un agente stalinista que había logrado ingresar a la casa que habitó durante su exilio en México. Stalin murió el 5 de marzo de 1952, tras varios días de agonía. Previamente, fueron asesinados en las mazmorras del régimen sus nueve médicos de cabecera, bajo la acusación de haber recetado "tratamientos torpes e inadecuados". El multitudinario funeral del "Hombre de Hierro" estuvo a la altura del culto a su personalidad. EL NOVIO DE LA MUERTE. Dicen que el dictador español Francisco Franco se vio muy conmovido por la muerte de Stalin. Dicen que en ese deceso el "Caudillo" presintió la sombra de su propio final. Por aquellos días, el país gobernado por Franco desde 1938 con mano de hierro ingresaba en las Naciones Unidas, luego de suscribir un pacto de amistad con los Estados Unidos. Y su economía crecía a pasos acelerados. Ocho años antes, había asimilado con notable indiferencia el deceso del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, cuya enfermedad terminal le privó de ver el fin de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, el de Stalin lo sobrecogía como la muerte misma. Sin embargo, a él aún no le había llegado su hora. Tanto es así que, en los 22 años que aún le quedaban de vida, asistiría a las exequias de John F. Kennedy, enviaría condolencias al gobierno británico por la muerte Winston Churchill (quien aún ocupaba su banca en la Cámara de los Lores) y no lamentaría –por manifiesta enemistad– la de Charles de Gaulle, ocurrida el 9 de noviembre de 1970, a poco de concluir su última presidencia. Pero Franco sí experimentó congoja por la muerte de Juan Domingo Perón, a cuya ceremonia fúnebre se vio impedido de asistir por recomendación médica. No obstante, a través de la TV observó con interés la conmovedora despedida del pueblo argentino a su líder. Una despedida que –ya se sabe– preludiaba un río de sangre. Sin embargo, en España, el ya anciano dictador deseaba un homenaje así para su propia persona, tal como se lo hizo saber a su esposa, doña Carmen. La agonía de Franco sería lenta y dolorosa; fue sometido a intervenciones innecesarias y de efectos desastrosos. El 17 de octubre, después de varias crisis de su salud, aún presidía el Consejo de Ministros. El 22 de octubre sufrió su tercer ataque cardíaco; el 24 padeció otro y se agravaron sus otras dolencias. Desde entonces, todos los intentos de su entorno apuntan a prolongarle la vida de modo artificial, intentando que sobreviva al 26 de noviembre, momento en que debería renovar el mandato de un hombre suyo como presidente del Consejo del Reino y de las Cortes. El hombre más poderoso de España se había transformado en una inanimada marioneta de su propio poder. Finalmente, el 20 de noviembre, fue certificada su muerte. El único jefe de Estado que asistió a sus exequias fue nada menos que Augusto Pinochet. No es ese, por cierto, el caso de Chávez. En su despedida fue notoria la presencia y el respeto de sus pares. Los hombres que colaboraron con él y la multitud doliente que por estos días lo llora está decidida a mantener el rumbo político marcado por su figura. América Latina ahora deberá dar sus primeros pasos en un mundo sin Chávez. Tiempo Argentino GB

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