martes, 5 de febrero de 2013

MILITANCIA Y CONSTRUCCION POR MARCELO KOENIG

No se trata de una mera suma de tácticas
Por Marcelo Koenig

En la presente etapa política existe un desafío fundamental: la construcción de una fuerza política que impulse el proceso. El liderazgo consolidado de Cristina Fernández de Kirchner ha salido airoso de las pruebas más difíciles. Cuando Kirchner llegó al gobierno para no dejar sus banderas en la puerta de la Casa Rosada empezó a escribir historia, la otra historia, y quien quiera oír que oiga.

En la presente etapa política existe un desafío fundamental: la construcción de una fuerza política que impulse el proceso. El liderazgo consolidado de Cristina Fernández de Kirchner ha salido airoso de las pruebas más difíciles. Cuando Kirchner llegó al gobierno para no dejar sus banderas en la puerta de la Casa Rosada empezó a escribir historia, la otra historia, y quien quiera oír que oiga. La debilidad de un comienzo con más desocupados que votos, lo llevó a la necesidad de recomponer la vapuleada representatividad política con fuerza prestada en algunas ocasiones, alquilada en varias, y comprada casi siempre. Una burocracia política peronista muy acostumbrada a vivir a la sombra del poder como para generar un enfrentamiento aun con una política que, en general, los hacía sentir muy incómodos. La conquista del corazón del pueblo no se hizo con el aparato de ganar elecciones y contar votos, del que jamás se renegó. Esta conquista por parte de Néstor y Cristina se hizo gobernando. Todos recordamos que, cuando desde sectores de ortodoxia ad hoc le reclamaban nombrar más a Perón y Evita, él solía decir que de Perón y Evita hay que acordarse cuando se gobierna. Así lo hicieron y fueron construyendo un lazo profundo con el pueblo argentino, que les permitió salir de la crisis profunda de representatividad. De este modo se empezó a recuperar la política como herramienta de transformación. La política recuperada interpelaba a las viejas formas de clientelismo, intercambio, instrumentalización o como quiera llamársela que practicaban desde los aparatos partidarios hasta las fuerzas piqueteras. Un rol de la militancia como intermediario entre lo que se consigue del estado (por la adulación o por la lucha) y las masas fue puesta en crisis. Miles de jóvenes se acercaron a la política, recuperando la capacidad de soñar una patria más justa.

La militancia política más honesta consigo misma empezó a cuestionarse prácticas, concepciones, dogmatismos. Aprender a pasar de la hostilización y el reclamo permanente al Estado a la necesidad de ponerse a pensar la construcción de políticas públicas, pasando por la transformación técnica y política del Estado, son todavía caminos que estamos transitando, mientras convivimos con sectores que acompañan el proceso con más profesionalismo que convicción.

Hoy, nuestros mejores sueños son puestos a prueba por los mismos logros de las mayorías populares. No alcanza para la militancia revolucionaria hacer interminables listas de propaganda de lo hecho. Esto se puede respirar en el aire, sentir en el espíritu recuperado, en el orgullo devuelto de ser argentinos, en las condiciones materiales que más lentamente van cambiando. Asumir la conflictividad como instancia de aprendizaje es uno de los desafíos de la militancia nueva, que es más política que social (y no porque no trabaje donde están los que más lo necesitan), que es más revolucionaria que conformista (a pesar de todo lo bueno que se hizo y por lo que debemos estar conformes). La política como instrumento de liberación exige inevitablemente asumir compromisos, construir prácticas, tender puentes, comprender maniobras, forjar la solidez del colectivo…

La militancia transformadora trata siempre, en última instancia, de construir otra hegemonía, la que responde a los intereses nacionales, la que da respuesta a las necesidades populares. No es un problema de discurso sino algo mucho más profundo que no se manifiesta en la sonrisa del candidato, sino en el sentido de la política como colectivo.

Néstor bajó los cuadros de los genocidas. Con ello tocó la fibra más sensible del pueblo argentino, que no es el bolsillo como decía Perón (aunque muchas veces uno se inclina ante la sabiduría del Viejo) sino el corazón, la mística que le permite ponerse una y otra vez de pie. Derrumbar los cuadros de los falsos profetas y los monopolios mediáticos que dejaron atrás para defender su espalda (como decía Jauretche que Mitre había dejado al diario La Nación) fue una instancia simbólica imprescindible. En esta etapa, con Cristina como conducción ,nos enfrentamos a la necesidad de construir nuestros propios cuadros, nuestros arquetipos, el tipo de política que queremos, el proyecto de país en el que queremos vivir. Y todo ello haciéndolo en los tiempos que marca la política, no la ideología.

Ella nos marcó el camino en el mítico acto de Vélez: unidos, organizados y solidarios. Unidad frente a la fragmentación de la política de intereses mezquinos, unidad como puño que se cierra para tomar fuerza. No es cuestión de pintar de un mismo color las mil flores. Se trata de unidad de concepción para la unidad de acción que siempre predicaba el General. Organización para darle consistencia a la política, para no reproducir la idea del gigante miope e invertebrado, para dar respuestas organizativas a más de la mitad de los argentinos y argentinas que pusieron con su voto la esperanza en la profundización de este proceso. Solidaridad para romper definitivamente con la cultura del individualismo que nos impregnó hasta los huesos el neoliberalismo. Solidaridad para sentir que cada sufrimiento de los humildes es nuestro sufrimiento, para que cada necesidad exija su derecho en nuestra práctica cotidiana. Solidaridad también para limpiar de pavos reales la política, incluso de la militancia.

La militancia, como nos enseñaba el gordo Cooke, no es una mera suma de tácticas. Debemos ser capaces de forjar una estrategia de construcción de la fuerza propia justo en este momento en que tenemos las mejores condiciones dadas. Porque existe la conducción estratégica de Cristina, no una mera enunciación de deseos, sino un reconocimiento probado por las mayorías populares. La militancia no es un Diógenes en búsqueda de un sujeto que va a venir a hacer la revolución, dejemos esa tarea para los dogmáticos de siempre. El sujeto revolucionario se construye, se constituye en la acción. Proyecto, actor, sujeto, protagonistas se van conformando en la medida en que establecemos el diálogo necesario con nuestro pueblo, con ese pueblo del que somos parte y resultado. Y vamos estableciendo en la organización de una porción cada vez mayor la capacidad de decisión sobre nuestro propio destino como Nación.

05/02/13 Tiempo Argentino


GB

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