martes, 26 de febrero de 2013

la iglesia requiere un nuev milagro terrenal

La Iglesia requiere un nuevo milagro terrenal Por Alejandro Horowicz El retroceso respecto al Concilio Vaticano II, iniciado por el propio Paulo VI, terminó reforzado por Benedicto XVI. Decíamos ayer, el monarca electivo del Estado Vaticano se acogió a los beneficios de la jubilación. ¿A qué renunció Benedicto XVI? Esa es la madre de todas las preguntas. El Diccionario de la Real Academia Española, edición XIX del año 1970, provee varias acepciones para el término renunciar. Desde la obvia, "dimisión o apartamiento de una cosa que se tiene", hasta una mucho mas sugestiva: "No querer admitir o aceptar una cosa." Esa última acepción facilita una hipótesis. El rompecabezas ensambla tan bien (¿qué es lo que no acepta el poder vaticano?). Los fragmentos se acomodan con tanta naturalidad, que no parece serio descartarla. En el trabajo realizado por Ignacio Ramírez para Ibarómetro, publicado por Página 12 del domingo, queda claro que solo el 17,1% de los encuestados se manifiesta "muy religioso", en las antípodas se ubica el 19,7, bajo el rótulo de "nada religioso". Entre esos dos polos se mueve el conjunto mayoritario, los etiquetados como "poca religioso" arrastran con el 35,5% y trepan al 25,1% el segmento "bastante religioso". Conviene no olvidar que en definitiva se trata de una autoevaluación, cada uno entiende como mejor le parece una cosa u la otra, ya que a la hora de asumir el compromiso la compacta mayoría no acepta vínculo institucional, sino los consabidos atajos privados: religión personal. Si se quiere, estos datos no debieran sorprender, ya que una sociedad que aprobó el matrimonio igualitario –cuando la Iglesia se batió a capa y espada en su contra, por atentar contra la "familia tradicional"– no puede pensar demasiado distinto. Y en todo caso, la tendencia a la laicidad que aquí se registra, no pareciera demasiado distinta a la que recorre la Europa de los '27. Mientras tanto, para la mayoría de sus adherentes/simpatizantes la Iglesia Católica debe adaptarse a la ¿nueva? realidad. Y el vasto menú del cambio incluye pócimas como el matrimonio para sacerdotes varones, acceso de las mujeres al sacerdocio y la inclusión de los homosexuales entre los fieles sin demonización previa. Ese es el punto, la cúpula de la Iglesia no sólo no desconoce esta realidad, sino que viene militando contra ella con particular empeño desde que Juan Pablo II accediera al sillón de Pedro. La inicial iglesia de los humildes, opción por los pobres elaborada en Medellín a fines de los '60, terminó siendo la Iglesia de la OTAN durante los '80. Miles de sus fieles fueron torturados y desaparecidos en las mazmorras de la dictadura burguesa terrorista del '76, y cuando estalló el conflicto con Gran Bretaña, año 1982, Malvinas puso blanco sobre negro para quien jugaba el Estado Vaticano. Con el arribo de monseñor Pio Laghi, como representante diplomático ante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, la voluntad de terminar con la guerrilla, en particular la integrada por cristianos socialistas, dejó de ser una decisión del gobierno y la sociedad argentina. Paulo VI fue el responsable directo de la vuelta atrás. En ese punto iniciaron el viraje, para no volver a detenerse más. Tan es así que el retroceso respecto al Concilio Vaticano II, iniciado por el propio Paulo VI, terminó reforzado por Benedicto XVI, obviando sus concepciones aperturistas y el corrimiento que semejantes concepciones alentaron (basta pensar en la teología de la liberación, para citar el ejemplo más obvio), reforzando además la derecha más tradicional: el Opus Dei. La renuncia del Papa enfrenta ese cuadro, pero sería reduccionismo pensar la crisis como "espiritual". La situación precedió la elección del último papa, y los rumores sobre corrupción no remiten sólo a pedofilia, sino a la política financiera del Vaticano: lavado de dinero. Es decir, narcotráfico, y esto ya se podía ver en el cine en la tercera parte de El Padrino. La misma crisis que recorre la Europa de los '27, la que derrumbó una a una las variantes del welfare state, la que instauró el poder de la bancocracia globalizada e impuso la política del ajuste permanente, potenció la peor versión del laicismo, para terminar empinando la crisis que una Iglesia "victoriosa" impulsó con todas sus fuerzas. El mundo propiciado por Juan Pablo II, unipolar, sin contrapesos, donde la izquierda no es más que una sombra patética de sí misma, donde los sindicatos están pintados, no acercó precisamente a sus integrantes a la divinidad. En ese mundo la divinidad cotiza cada día más bajo, y lo que importa lo impone una nueva: el mercado. Entonces, entre una lógica funcional donde los valores –del signo que fueren– carecen de predicamento, donde el éxito personal medido como poder adquisitivo es la norma, el comportamiento sistémico del Vaticano, en tanto Estado perfectamente "terrenal", contiene un lazo obvio. Por eso la prensa italiana sostiene que no se puede seguir gobernando la Santa Sede con los mismos instrumentos que la "sociedad civil". Y si a esto se suma una voluntad manifiesta de no cambiar nada, de no plegarse a las exigencias que la mayor parte de sus simpatizantes considera básicas, el destino de la Iglesia Católica no puede separarse del destino de Europa, y más particularmente del destino italiano. A pocos se les escapa que la Unión Europea no está remontando la crisis. Las recientes declaraciones de los bomberos españoles negándose a ejecutar desahucios (esto es, a desalojar hombres y mujeres de sus casas por cuotas impagas) ponen las cosas en su justo lugar. Los jirones de lo que todavía se entiende por Europa se juegan a las patas de la resistencia, y nadie cree la iglesia integre ese amplio bando inorgánico. Por eso, las elecciones italianas anticipan las elecciones vaticanas; y así como casi nadie cree que de esas urnas salga una "solución política", tampoco son demasiados los que piensan que la reunión de 118 cardenales terminará siendo el pórtico de un nuevo milagro. Y sólo un verdadero milagro puede salvar una estructura corrompida hasta el hueso. 26/02/13 Tiempo Argentino GB

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