martes, 5 de febrero de 2013

EL FMI Y LA ARGENTINA, POR GREG PALAST



 
¿Quién disparó sobre Argentina? Las huellas digitales acusan al FMI
Por by Greg Palast*

Una mirada sobre el rol de FMI en la crisis argentina de 2001. Publicado en Revista Del Sur el 1 de septiembre de 2001. Extraído de Gregpalast.com: Who shot Argentina? The finger prints on the smoking gun read “I.M.F.”]

Pero éste es un caso fácil de investigar. Cerca del cadáver todavía tibio de la economía argentina, el asesino dejó un arma humeante con las huellas digitales impresas en ella. El arma homicida se denomina "Memorando técnico de compromiso", con fecha 5 de setiembre de 2000. Lo firmó Pedro Pou, presidente del Banco Central de Argentina, para la transmisión a Horst Kohler, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Inside Corporate America recibió una copia completa del "Compromiso" junto con anexos y una carta del ministro de Economía argentina al FMI de... bueno, digamos que el sobre no tenía remitente.

Una inspección exhaustiva no deja dudas de que este "Compromiso" disparó balas letales sobre el cuerpo indefenso de Argentina. Para empezar, el Compromiso exige que Argentina reduzca el déficit presupuestario fiscal de 5.300 millones de dólares en 2000 a 4.100 millones en 2001.

Pensemos en eso. En setiembre pasado, Argentina ya estaba al borde de una recesión profunda. Incluso los economistas más novatos del FMI deberían saber que reducir el gasto fiscal en una economía en contracción es como apagar el motor de un avión que está perdiendo velocidad. ¿Reducir el déficit? Como diría mi hija de cuatro años: "Eso es estúpido".

El FMI no puede equivocarse sin ser cruel a la vez. Y así, bajo el titular que dice "Mejoran las condiciones de los sectores pobres", se informa de una reducción de 20 por ciento en los salarios, en el marco de un programa estatal de empleos de emergencia, de 200 dólares por mes a 160. Pero no se puede ahorrar mucho tomando 40 dólares por mes de los pobres. Para lograr mayores ahorros, el Compromiso también se comprometió a "un 12-15 por ciento de reducción de salarios" de los funcionarios públicos y la "racionalización de ciertos beneficios de pensión privilegiados".

Por si no tienen idea de lo que quiere decir el FMI con "racionalización", se trata de reducir los pagos a los jubilados en 13 por ciento, tanto en planes públicos como privados. Reducir, reducir, reducir, en medio de una recesión. Estúpido.

Salpicados con las recomendaciones clásicas del FMI y los mezquinos planes para los pensionistas y los pobres, están las proyecciones económicas, que rayan en el delirio. En el Compromiso, los genios de la globalización prevén que si Argentina aplica sus planes para liquidar el poder adquisitivo de los consumidores, de alguna manera la producción económica del país aumentará 3,7 por ciento y el desempleo disminuirá. De hecho, a fines de marzo, el Producto Interno Bruto (PIB) había caído 2,1 por ciento por debajo de la marca del año anterior, y desde entonces ha seguido cayendo en picada.

¿Qué demonios induciría a Argentina a abrazar el programa trastornado del FMI? El resultado es que si Argentina hace lo que dice, el FMI le prestará 1.200 millones de dólares de ayuda. Es parte de un paquete de préstamo de emergencia de 26.000 millones de dólares del FMI para 2001, según anunciaron a fines del año pasado el Banco Mundial y los prestamistas privados.

Pero no hay que creer que se trata de un gesto de generosidad. El Compromiso también asume que Argentina "estabilizará" su moneda, el peso, con el dólar a un tipo cambiario de uno a uno. Pero es algo que costará caro. Los bancos y especuladores estadounidenses cobran una bonificación de riesgo de 16 por ciento por encima del costo habitual a cambio de los dólares necesarios para apoyar este esquema monetario.

Ahora hagamos las cuentas. En la deuda argentina de 128.000 millones de dólares estadounidenses, la tasa de interés normal más una sobrecarga de 16 por ciento aplicada por los prestamistas alcanza los 27.000 millones de dólares al año. En otras palabras, los argentinos no obtienen un solo peso de los 26.000 millones de dólares de préstamo. Poco del dinero de "rescate" escapa de Nueva York, donde permanece para pagar los intereses a los acreedores de Estados Unidos titulares de la deuda: peces gordos como el Citibank y peces chicos como Steve Hanke.

Hanke es presidente de Toronto Trust Argentina, un "fondo de mercado emergente" cuyo total accionario lo hizo con bonos argentinos adquiridos durante el último episodio de pánico cambiario, en 1995. No llores por Steve, Argentina. El rédito anual que obtuvo ese año fue de 79,25 por ciento, lo que lo colocó en la cúspide de la tabla de la liga de especuladores. Este año lo hará de nuevo.

Hanke se beneficia apostando al fracaso de las políticas del FMI. Pero la inversión al estilo buitre es solo un pasatiempo para Hanke. Su trabajo es el de profesor de economía de la Universidad Johns Hopkins. En esa condición, ofrece gratuitamente asesorar a Argentina para poner fin a sus penurias. Un asesoramiento que lo pondría fuera del juego de la especulación: "Abolir el FMI".

Para empezar, Hanke eliminaría la libre convertibilidad –ese tipo cambiario de un-peso-un-dólar- que ha demostrado ser un gancho de carnicería en el que el FMI cuelga las finanzas de Argentina.

No es la libre convertibilidad por sí sola lo que ensarta a Argentina, sino la misma combinada con el Cuarto Jinete de la política neoliberal del FMI: los mercados financieros liberalizados, el libre comercio, la privatización en gran escala y los excedentes del gobierno.

"Liberalizar" los mercados financieros significa autorizar el ingreso libre del capital por las fronteras de un país. Y en efecto, después de la liberalización, cinco años atrás, el capital ha circulado libremente, con una venganza. Los sectores ricos de Argentina que entraron en pánico, cambiaron sus pesos a dólares y enviaron el grueso a paraísos de inversión en el exterior. Sólo en julio, Argentina retiró el seis por ciento de todos los depósitos bancarios.

Había una vez unos bancos estatales de la nación y provinciales que respaldaban las deudas del país. Pero a mediados de los 90, el gobierno de Carlos Menem los vendió al Citibank de Nueva York, al Fleet Bank de Boston y a otros operadores extranjeros. Charles Calomiris, ex asesor del Banco Mundial, describe esas privatizaciones de bancos como una "historia realmente maravillosa".

¿Maravillosa para quién? Argentina ha perdido 75 millones de dólares diarios de valores en cartera en moneda fuerte.

El Compromiso tiene más motivos de alegría para los acreedores, en especial la "reforma del sistema de participación de ingresos". Esta es la forma más amable y gentil de establecer que se pagará a los bancos de Estados Unidos con lo recaudado en impuestos destinados a educación y otros servicios provinciales. El Compromiso también obtiene efectivo con la "reforma" del sistema de seguro de salud nacional (corte, corte, corte). Pero cuando no alcanza con corte, corte, corte para pagar a los titulares de la deuda, uno siempre puede vender "las joyas de la abuela", como el periodista Mario del Carril define al plan de privatización de su país. Los franceses se llevaron un gran trozo del sistema sanitario y muy pronto en algunas provincias aumentaron las tarifas de agua en un 400 por ciento.

La bala final del Compromiso es la imposición de "una política de comercio abierta". Exige que los exportadores argentinos -con sus productos tarifados a través de la libre convertibilidad con el dólar- entren en una competencia patética, y perdida desde el inicio, con las mercancías de Brasil, tarifadas en una moneda devaluada. Estúpido.

Con todo, el plan del FMI podría funcionar. Lo único que se requiere es fuerza de trabajo "flexible", dispuesta a someterse a la rebaja de pensiones, la rebaja de salarios o a que no haya ningún salario.

Pero para decepción de la elite argentina, los trabajadores se muestran inflexiblemente obstinados en no aceptar su empobrecimiento. Uno de los trabajadores inflexibles, Aníbal Verón, de 37 años y padre de cinco hijos, perdió su empleo de conductor de autobús y la empresa le debe el sueldo de nueve meses. Verón se sumó a los "piqueteros", los desempleados que bloquean los caminos. En noviembre, la policía militar dispersó un bloqueo y según las denuncias, mató a Verón con una bala en la cabeza.

La muerte en Génova del militante antiglobalización Carlo Giuliani estuvo en las primeras páginas de Estados Unidos y Europa. La muerte de Verón no estuvo en ninguna página. Tampoco leyeron sobre Carlos Santillán, de 27 años, o de Oscar Barrios, de 17, a quien le dispararon en el patio de una iglesia, en la Provincia de Salta, cuando la policía abrió fuego sobre un grupo de manifestantes que protestaba contra el plan de austeridad del FMI.

Quienes impulsan la globalización, como el primer ministro británico Tony Blair, prefieren describir la resistencia como la travesura de jóvenes occidentales mimados que matan su aburrimiento "con protestas, equivocados de rumbo" por sus nociones crédulas. Los medios ponen sus costales de arena, enfocándose en los muchachos blancos que marchan en Génova, pero no en los 80.000 que manifestaron en las calles de Buenos Aires en mayo pasado o en la huelga general de junio, acatada por siete millones de argentinos.

En Argentina, el presidente Fernando de la Rúa le echa la culpa de la violencia a quienes protestan. Pero el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) acusa al gobierno de utilizar el hambre y el terror para imponer los planes del FMI. El dirigente del Serpaj Adolfo Pérez Esquivel me informó que está documentando casos de tortura de los manifestantes por la policía en la ciudad donde murieron Santillán y Barrios. Pérez Esquivel, quien en 1980 ganó el Premio Nóbel de la Paz, considera que la represión y la liberalización van de la mano e indicó que acaba de presentar un reclamo acusando a la policía de reclutar niños de cinco años en escuadrones paramilitares, una operación que compara con La Juventud de Hitler.

Pero Pérez Esquivel, quien es un fuerte crítico del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), no está de acuerdo con mi veredicto contra el FMI en la muerte de Argentina. Señala que las "reformas" fatales desde el punto de vista económico son abrazadas con entusiasmo por el ministro de Economía, Domingo Cavallo. Para los pacifistas más maduros, eso indica que la muerte de la economía del país no fue un asesinato sino un suicidio.


*Greg Palast, periodista e investigador, escribe para Inside Corporate America, publicación quincenal que sale en The Guardian de Gran Bretaña.
 
GB

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