domingo, 16 de diciembre de 2012

MARITA, POR SEBASTIAN HACHER, OPINION

Marita detrás del espejo y el país de las maravillas judiciales
Por Sebastián Hacher
shacher@miradasalsur.com

Micaela y Susana. La hija de Marita Verón creció junto a la abuela, buscando justicia por su madre. / Medina. Una de las principales acusadas. Está presa por drogas. (TELAM).

El fallo en la causa por la desaparición de María de los Ángeles Verón produjo conmoción. Las mujeres que se ven reflejadas en la suerte de la chica tucumana, el rol de la Justicia y el papel de las víctimas para llegar a la verdad.

Empecemos por una ficción. Dice así: Si te dejaran pensar en algo más que el final de esa paliza continua, pensarías que la tortura tiene diccionario propio: te arrancaron tus palabras y te metieron las de ellos, tan dolorosas y sucias como el mar de miembros punzantes que te sacuden ahora como a un barquito un tsunami. Y sigue: sentís esa fricción como se siente un bulldozer desalojando un terreno: crujen los ranchos y carros y se fisuran los huesos de las madres y los padres, de los hijos, de los primos, de los vecinos solteros y de los perros, los gatos y caballos muertos de hambre.

Los fragmentos pertenecen a la nouvelle Le viste la Cara a Dios, de Gabriela Cabezón Cámara. El libro, de reciente aparición, narra la historia de una víctima de la trata de personas: la de Beya Durmiente. Es un personaje de inventado, pero podría ser Marita o cualquiera de las chicas que aseguran haberla visto en los lugares donde estuvieron encerradas. Mujeres, a menudo niñas, que compartieron su destino y que, a la hora de contarlo a veces no encuentran la forma de hacerlo. La trata de personas es, como dice Cabezon Cámara, también eso: arrancar las palabras y cambiarlas por otras. Las palabras del tratante.

Ahora, después del juicio de Tucumán, se sancionará la nueva ley (ver aparte). Las mujeres que hayan sido secuestradas, violadas y explotadas no tendrán que hablar más delante de sus antiguos amos. Declararán en Cámaras Gesell: protegidas por un espejo, atendidas por psicólogos y especialistas que les trasmitirán las preguntas de las partes. Nada de eso pasó en el caso de Marita Verón. La primera ley de trata –la misma que ahora será modificada- llegó tarde, y los trece acusados fueron juzgados no por la Justicia Federal, si no por la provincial, con todo lo que ello implica. Los acusaron de “privación ilegítima de la libertad y promoción de la prostitución”. La media docena de víctimas de la red que declaró en el juicio lo hizo frente a las personas a las que acusaban por secuestrarlas y torturarlas. Ni “Mamá Lili”, como se hacía llamar Irma Medina, ni sus hijos los mellizos Chenga y Chenguita Gómez, ni ninguno de los otros acusados estaba preso. Si alguien iba al baño, se podía encontrar con cualquiera de ellos. Si venían de otras provincias –muchas de las chicas eran de Misiones y de La Rioja– era común que se los cruzaran en la calle. “Estas chicas”, alertó uno de los abogados de la familia Verón, “tienen estrés postraumático. Y tienen que hablar de algo que pasó diez años atrás”. ¿Le importó eso a los jueces? Parece que no. En los pasillos de tribunales, los cruces fueron varios: hubo amenazas, aprietes e insultos hasta entre los propios acusados. La situación se repitió durante el debate: los abogados defensores y los propios acusados no se privaron de defenestrar a las mujeres que atestiguaron su propio horror.

Y si la ley llegó tarde, la justicia también. En abril de 2002, cuando desapareció Marita, la policía le dijo a Susana Trimarco que había que esperar, que seguramente se había ido con algún novio. “Ya va a volver”, le contestaron cuando ella reclamó que no, que sabía que su hija era incapaz de hacer una cosa así. Tres días más tarde, cuando la vieron deambular por las calles de La Ramada, a pocos kilómetros de Tucumán, un vecino llamó a la policía. Esa chica que caminaba con unos tacos que no eran suyos, con la mirada perdida terminó en la comisaría. Los policías dicen que la acompañaron hasta la terminal, que la subieron a un micro para que volviera a su casa y que no saben más que eso. Que no sintieron la necesidad asentar el incidente en el libro de guardia, y que no supieron más de ella. ¿La devolvieron al lugar de donde se había escapado? Nunca pudo saberse.

Los rumores sobre la red de trata de personas empezaron enseguida. La primera en decirlo fue una prostituta de Tucumán. La llevaron a La Rioja, alertó. En la Justicia no le creyeron mucho, pero el primer allanamiento a un prostíbulo de La Rioja en mayo de 2002, terminó con una escena que marcaría todo lo que vino después. Daniel Verón, el padre de Marita, se paró frente a la hilera de mujeres semidesnudas que esperaban ser identificadas. Si alguien está aquí contra su voluntad, dijo, de un paso al frente. Las vamos a sacar de acá. La que se adelantó fue Andrea Darrosa.

En ese momento tenía 24 años, pero estaba encerrada allí desde los 15, cuando fue secuestrada en Misiones, su tierra natal. De allí la llevaron a La Rioja. En esos años de encierro, durante el día se dedicaba a limpiar la casa de “Mamá Lili” y por las noches atendía hombres en los prostíbulos. Andrea fue una de las primeras chicas que aseguró haber visto a Marita Verón en un prostíbulo. Dijo que estaba teñida de rubio y triste. Luego se le sumaron otros testimonios.

Andrea también contó otras cosas: que vio cómo “Mamá Lili” mataba a una prostituta brasileña que reclamaba dinero, que supo que a Marita la habían vendido a España, y que le habían dicho que a ella, si hablaba, le podía pasar lo mismo: irse a otro destino peor o morir en manos de sus captores. Nadie más que la familia de Marita las escuchó. En la Justicia tucumana insistían en que la pista a seguir era la del propio entorno: buscar quién de la propia familia era culpable. En la Justicia de La Rioja, los exhortos y pedidos hechos por los abogados de la familia eran rechazados por cualquier excusa. Entre los que hacían eso estaba el juez Walter Moreno, luego condenado a cadena perpetua por asesinato. La causa solo empezó a moverse cuando el caso se nacionalizó, un poco por ayuda del Programa Nacional Antimpunidad, y un poco porque los medios empezaron a tratar un tema que parecía novedoso. En síntesis: la impunidad que se consolidó el martes con el fallo empezó mucho antes del juicio.

En las movilizaciones que hubo después de la absolución, muchas mujeres llevaban carteles que rezaban “Todas somos Marita”. Quizás tengan razón. El de Marita es un caso extremo que refleja el estado de una sociedad que trata a las mujeres como objetos. Y que tiene una Justicia acostumbrada a tratar esos temas como algo natural

16/12/12 Miradas al Sur
GB

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