viernes, 14 de diciembre de 2012

JORGE DORIO, OPINION DEL 9 D


Por Jorge Dorio

La masiva asistencia popular al aniversario de la recuperación democrática demostró que se ha perdido la inocencia y que la conciencia crítica del pueblo está más viva que nunca.
La Argentina no es inexplicable. Ha sido, a lo sumo, excesivamente discreta, de a ratos clandestina en lo que a sus mecanismos de funcionamiento se refiere. Y es por esa suerte de fisiología velada de su historia que los días transcurridos desde el meneado 7D hasta la fecha deberían celebrarse como jugosas jornadas de revelación antes que lamentar las postergaciones de una ley cada vez más enriquecida en sus proyecciones.

En principio, el 7D cimentó uno de los basamentos argumentales de las políticas del Gobierno: en la Argentina el Poder más contundente opera desde las instituciones republicanas siempre y cuando no ponga en riesgo los privilegios de añejos sectores dominantes y sus socios corporativos.

La aprobación de una descabellada cautelar evidenció una vez más que la fría letra de la ley puede ser traducida a voluntad por los intérpretes de aquellos intereses enquistados en el tejido mismo de la comunidad jurídica. Las relaciones carnales de varios magistrados con el grupo económico litigante mostraron obscenamente que, lo mismo que el impuesto a las ganancias, la corrupción es una categoría que no puede afectar a la familia de la magistratura. El riesgo de que el fallo de la Cámara configurase la figura de alzamiento por contradecir una decisión de la Corte Suprema apenas si fue considerado por el confuso rumor de los medios dominantes que festejaron la súbita elasticidad del límite establecido por el 7D.

Dos días más tarde, la masiva asistencia popular que ornamentó el aniversario de la recuperación democrática continuó con las revelaciones: el espíritu de la concentración evidenció la pérdida de añejas inocencias en los centenares de miles de argentinos que celebraron la vigencia de una memoria crítica. El respeto por la diversidad y la alegría por las conquistas de la última década convivieron con la certeza de renovadas amenazas a la ampliación de derechos y la localización precisa de su proveniencia. El discurso de la Presidenta redondeó casi didácticamente el nivel de madurez alcanzado a nivel popular desde las esperanzadas jornadas de 1983.

Parece legítimo pensar que las referencias a los reincidentes dejados en libertad y los pecados históricos de los supremos tribunales de otras épocas pueden asociarse no como una presión a los protagonistas actuales de la vida jurídica sino como una amorosa prevención de los peligros que entrañan las costumbres malsanas. Finalmente, el previsible rechazo de ayer al pedido de per saltum era tan previsible como la inexorable puesta en práctica de la cascoteada ley de medios.

La condición pueril de las objeciones y la obviedad de las maniobras dilatorias nos autorizan una lectura redentora de estos días en clave de pantalla chica. Algo así como que los que el pasado jueves se regocijaron con la aparente decadencia de una esperanzada Visión 7, no tuvieron más remedio que llegar al 9 y comprobar que la Bajada de Línea presidencial había encarnado en un pueblo Duro de domar. Dicho sea esto, claro está, para quienes en lugar de enfrentar la realidad, insisten en mirarla por TV.
Télam

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