miércoles, 19 de diciembre de 2012

AGENDA DE REFLEXION Y EL SEÑOR PRESIDENTE

El perínclito Señor Presidente
- | 14 de Diciembre de 2012 ≈ 15:02 |
Por Domingo Schiavoni
En casi todas las ciudades argentinas -grandes o pequeñas, glamorosas o coloniales- e invariablemente en todos sus pueblos interiores, se reproduce una estampa que es casi la devolución de la imaginería de la conquista española.
Todas ellas están dibujadas a partir de una plaza central, en una de cuyas veredas encontró una tarde, en su taciturna y ceremoniosa caminata vespertina, un sol de oro el doctor Archibaldo Buendía, cuando andaba litigando en los tribunales de Huánuco contra las comuneros de Rancas, que se dice que tenían los títulos reales de sus tierras, según me contó una vez -hace ya casi medio siglo- mi amigo y colega peruano Manuel Scorza, pocos días antes de que un Boeing de última generación se clavara de hocicos en el mar inmenso que separa a nuestra América Hispana de la Europa Milenaria, donde La Sorbonne le iba a premiar justamente por defender a los indios de las altas planicies andinas por las que desparrama sus meandros el río Chaupihuarango, ese mágico torrente que se acuesta por las noches bajo tierra y amanece al alba de cada nuevo día como creado de nuevo y de la nada.
Eran aquellos los tiempos en que la viscosa y pestilente Cerro de Pasco Corporation se había apropiado por un decreto infame del gobierno peruano de los hatos de los comuneros, sembrando en ellos ubérrimos trigales que hoy harían empalidecer de envidia al mismísimo Monsanto.
Si es que me voy del tema el Señor Director habrá de reprenderme por mis licencias, así que os sigo contando. En aquellas plazas donde el panzón de Don Archibaldo encontró a mediatarde su sol de oro, se sitúan sin excepción alguna tres grandes catedrales. Está en primer lugar la iglesia o catedral, que es el templo del Dios Uno y Trino. Le sigue luego la Casa de Gobierno o la Municipalidad, que es por principio regio la sede del Poder político. Y finalmente está el Banco de la Nación o el Banco de la Provincia, según se prefiera, que es donde ha sentado sus reales el Dios Dinero, diríase el déspota impiadoso que en nuestros tiempos ha desafiado todas las lógicas teologales y se ha convertido en amo de almas y cuerpos, ahora y siempre y hasta por los siglos de los siglos, según piensan algunos.
Este dato incuestionable de la realidad fenomenológica sudamericana viene a desmentir, por tanto, que a estas inmensas y generosas pampas las hayan conquistado solamente Colón y los jesuitas, porque sino no se explican las multiformes presencias de los bancos en sus plazas y ahora hasta en sus suburbios. La lógica indica que si los descubridores de “las Indias” hubiesen sido sólo aquellos, sólo hallaría aquí el viajero catedrales y alcaldías.
¿Cómo es pues que una incontable cofradía de prosélitos desfile cada día y desde la primerísima hora por los bancos, antes que por las iglesias y las comunas, a venerar al Dios Dinero y a demandarle su clemencia? En verdad, es un tema que siempre me ha resultado difícil explicar: o en una de las carabelas vino -en carácter de polizón- un calificado proxeneta experto en calderillas, que se ganó prontamente la confianza del Inca, o bien la Barclays Corporation existió mucho antes de lo que dicen los notarios de época. ¡Dejémosle la intriga para Don Julian Assange!
A esta altura del relato, y ésto en verdad es lo que más os interesa a vosotros los españoles, sostengo que el perínclito Señor Presidente Don Mariano Rajoy, de haber vivido en su pasado remoto en estas tierras, habría integrado, sin posibilidad de confusión alguna, la cofradía de los devotos del tercer templo, hubiera encontrado o no un sol de oro en las polvorientas calles de Huánuco. Y esto lo digo a modo de presunción, pues ignoro si Don Dinero le habrá acordado o no a Don Mariano o no todas sus gracias, pese a que él se hinca piadosamente en su reclinatorio a exigírselas, o si por el contrario le habrá exigido que previamente purgue todos sus pecados (los personales y los sociales), que han puesto poco menos que de rodillas al pueblo de España, clamando no ya por la libertad sino por el pan.
Mientras mi cálamo discurre inclemente en esta fresca mañana sabatina en Buenos Aires, desfilan impávidas tras la retina de mis ojos las múltiples marchas de la bronca de “los indignados” que han inundado a Madrid y a otras ciudades españolas, y que nos ha ofrecido en patética secuencia la televisión argentina.
Me acuerdo de repente de Franz Fannon, del criollo Manuel Ugarte, de Don Lázaro Cárdenas, del argentino Arturo Frondizi, del Comandante Fidel Castro Ruz, de Helio Jaguaribe, y de tántos patriotas más de estas comarcas, que desde la crónica dependencia semicolonial de nuestras naciones, vieron siempre a los bancos y al capital innominado que representan como los grandes enemigos de la justicia y el desarrollo, y me pregunto: ¿podrá Don Mariano estar tan ciego?, ¿en nombre de quién o de quiénes gobierna a nuestra Madre Patria?, ¿es posible que hasta se haya olvidado de gestionar mandando miles de empleados públicos por día a la Siberia del paro?, ¿qué se solace en la ipsación pervertida de ver cómo sus “amigos” ejecutan hipotecas a mansalva?, ¿es posible que España nos haya plagiado y ahora esté haciendo gala de las trapisondas demenciales de los dictadores sudamericanos?…
“El Señor Presidente” es una novela de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), escritor y diplomático guatemalteco que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1967. La novela, es considerada como un punto de referencia en la literatura de América Latina, explora la naturaleza de la dictadura y sus efectos en la sociedad. Asturias, es uno de los primeros en utilizar una técnica literaria que desde hace 40 años es conocida como realismo mágico.
Es una de las obras más notables del género literario conocido como novela del dictador. El Señor Presidente fue desarrollado a partir de un cuento que Asturias había escrito anteriormente para protestar contra la injusticia social, tras un devastador terremoto que sacudió la ciudad natal del autor.
Aunque no se identifica explícitamente a la sociedad guatemalteca de principios del siglo XX como escena del libro, el personaje titular de la novela fue inspirado por la presidencia de 1898-1920 de Manuel Estrada Cabrera. Asturias, comenzó a escribir la novela en la década de 1920 y la terminó en 1933, pero las estrictas políticas de censura de los gobiernos dictatoriales de Guatemala impidieron su publicación durante trece años.
El personaje del presidente raramente aparece en la novela, pero Asturias crea un número de otros personajes para demostrar los terribles efectos de la dictadura. Su uso de imágenes de sueños, onomatopeya, símiles y la repetición de frases, combinada con una estructura discontinua que consiste en cambios abruptos de estilo y de punto de vista, surgen de influencias surrealistas y ultraístas.
A pesar de que “El Señor Presidente” fue escrito en Francia y se desenvuelva a finales del siglo XIX y principios del vigésimo en un país latinoamericano sin nombre, gobernado por un presidente sin nombre, existe suficiente indicaciones para vincular la novela al gobierno de Manuel Estrada Cabrera en Guatemala.
Así también lo explica el crítico Jack Himelblau: “Asturias escribió su novela sobre todo con sus compatriotas en la mente, quienes, sin duda, habían vivido la tiranía de Estrada Cabrera de 1898 a 1920. Manuel Estrada Cabrera era conocido por su brutal represión de cualquier disidencia en Guatemala, y Asturias participó en las protestas contra su gobierno en 1920. Asturias, incorporó y reprocesó incidentes de la dictadura de Estrada Cabrera en su novela, tales como la tortura de un adversario político, quién había sido engañado en creer que su inocente esposa le habría sido infiel”.
Como presumiendo mi evocación, Juan Gelman -que está sentado en la mesa de al lado jugando con su nieta más pequeña- me dice: “No le des más vueltas al asunto, Domingo. Es un hijo de puta hecho y derecho. Un tipo que ha burlado la voluntad popular. Un tipejo de cuarta al que no hay que voltear con un golpe militar, sino a puras patadas en el culo”. Martín Caparrós se afina la punta derecho de su bigote tipo Dalí y le replica: “No, Don Juan. No tiene entraña para ser un hijo de puta. Para mí es un reverendo pelotudo. Lo que tendrían que hacer los españoles es promoverle un juicio político en las Cortes por insanía. Y mandarlo a tomar por saco por derecha”.
En una mesa más alejada está mi amigo Jorge Asís, leyendo imperturbable su ejemplar de la Nación. “Vete, Mingo -me dice- vas a perder el avión. Y escribí en tu nota que eso les pasa los españoles por imitar nuestro modelo político que nos dibujó el imperio: un partido Popular, de derecha y conservador, y uno corrido más la izquierda, que resulte funcional a la alternancia. Los problemas de España se van a terminar cuando manden al carajo el bipartidismo y cuando le partan el morro de un tortazo a la Merkel, la nueva diosa del imperio que viene”.
Me subo al avión de Aerolíneas, todavía conmovido por la direccionalidad inequívoca del idioma rioplatense, que no es el de mi pago interior, y me entran de golpe unas ganas (que son casi como una comezón) de escribir una novela sobre la España que no fue.
Sería como sacarme de encima la ominosa mochila que han echado los del diario sobre el hombro.
Y pensar que todo este garabato… es nada más que una ficción.

Domingo SchiavoniPublicado en Diario de la Sierra de Madrid
[Texto gentileza de la lista Ángeles Arcabuceros]
GB

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