domingo, 9 de diciembre de 2012

7 DE M POR MIGUEL RUSSO.



7 de M

Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com

No puede dejar de caer en la cosa fácil, el tipo. Lo sabe: tiempos éstos de caer con demasiada fruición en la cosa facilonga, qué le va a hacer. Decíamos: no puede dejar de caer en la cosa fácil y pensar, por un segundo, en eso que decía Borges. Borges, Jorge Luis Borges, se ensimisma el tipo, llevándose la mano derecha a la barbilla en un gesto que, aunque nadie lo observa, realiza con una estudiada destreza, como si anduviera arriba del escenario de un diminuto teatrito de Palermo, hasta entrecerrando los ojos, mire, presagiando con cierto disfrute las mieles del aplauso cerrado de fin de obra o la posibilidad, siempre latente, de levantarse una minita cuerpo de junco y pelo lacio, amante de las actualizaciones avant-garde pedorras de Shakespeare. Y, al ensimismarse, el tipo concluye que siempre le pareció una reverenda pelotudez citar a Borges ante cualquier circunstancia, por más anodina que se cuadre. Anodina y todo, el tipo sabe que garpa. Borges garpa. Recuerda a un viejo amigo, Marcos, crítico cultural, Marquitos, que con meticulosidad universitaria decía, serio, pomposo, si alguien le ofrecía, pongamos por caso, un café: “Como decía Borges, no, gracias”. Y ganaba, ganaba Marquitos con esa sola frase, las manos en los bolsillos, canchero, mezcla endiablada del Negro Olmedo y Macedonio Fernández.

Pero, veníamos diciendo que el tipo cae en la cosa fácil de pensar en Borges y su tesis sobre la exigencia voraz de una persona por conseguir un diario que, al día siguiente, sólo servirá para envolver huevos. Lo hace, claro, pero en seguida se repone. El tipo, por mencionar sólo una de sus escasas cualidades, tiene esa cosa de reponerse de sus propias miserias a una velocidad que deja, a los demás, asombrados, con la boca en O. Eso tiene el tipo, eso y la inveterada costumbre de driblear con el pensamiento los viernes a la noche. Y esta noche, en el patio de su casa, es viernes, viernes 7 –decimos ahora y rapidito para que el lector no tenga la menor duda de las coordenadas de tiempo y espacio por el que discurre esta contratapa–, las nueve y media de la noche del viernes 7.
El tipo levanta de la pila que descansa contra la maceta del malvón amarillento, una hoja de un diario del cual reconoce la marca sin verla en ningún lado por los años que hace que mira los quioscos de venta de diarios y revistas, igual que como las mujeres que suele frecuentar –por cierto, ninguna, ni por asomo, de tipo junco ni pelo lacio, ni siquiera amantes de Shakespeare, ni de las actualizaciones ni del viejo William mismo en persona, vea–, las mujeres, decíamos, que suele frecuentar, miran las boutiques añorando esos cuerpos de maniquí donde los pantalones más estrechos que se hayan inventado, estrechos hasta el acogotamiento, hasta la asfixia misma, digamos, entran torneando aún más, las torneadas piernas de madera o de lo que mierda sean los maniquíes de las boutiques.

Lee, el tipo, los titulares de esa página: “El gobierno miente para continuar con su política autoritaria”, “Otra vez perdió Boca”, “River se debate entre un Pelado y otro”, “La oposición siempre tiene razón”. Este último título, para ser precisos, para no faltar a la verdad, como quien dice, el tipo lo sueña, un poco dado a la metafísica cuando sabe que va a desbarrancar los viernes a la noche. Lee mejor y, efectivamente, dice otra cosa, pero muy similar a lo que él soñó. Hasta, si se quiere, razona el tipo para sus adentros, expresado de una forma aún más grosera. Ya no tiene dudas (en realidad, nunca las tuvo; el tipo, en eso, es bastante certero) de cuál es el diario. Hace una rosca con la página, torciéndola, como recreando el famoso rizoma de Deleuze y Guattari al que nunca, por más que lo intentó una y mil veces, pudo entrarle más allá de la página 3 aunque repite, de tanto en tanto, como para darse dique adelante de alguien que recién conoce, las palabras “significación” y “correlación” tratando de adoptar sin lograrlo la mayoría de las veces la misma pose de Marquitos cuando citaba a Borges. Luego de retorcerla, hace un aro con el grisín rizomático de papel y lo deja a un costado de la mesa.

Agarra otra hoja. “De acuerdo con su política autoritaria, el gobierno continúa mintiendo”, lee. Y lee más: “Fuerte caída en el precio del mimbre dispara la inflación”, “Se reunió el arco opositor para estudiar la manera de resistir los embates del Ejecutivo”, “Llega la SIP para garantizar la libertad de expresión”. El tipo piensa “ah, ahora sip” y de inmediato se reconoce medio palurdo a la hora del chiste, pero es viernes y los viernes, quizá por saturación de sí mismo, su humor es menos que de cabotaje.

Viendo la hoja que agarró, comprueba que es bastante grande, mucho más que la anterior. Tanto que hasta hay lugar para que aparezca una cara de una señora que mira hacia un punto indefinido bajo el título “Esto es estalinismo”. El tipo comprende de inmediato, con esa celeridad de entendimiento que brindan los detalles más elementales, que se trata de otro diario, distinto del de la hoja anterior. Y recuerda que este mismo diario, en otras épocas, abusaba de las fotos de toros con escarapela en el bocho monumental y de expresiones como “declarose”, “inaugurose”, “habríase” y otras pelotudeces por el estilo con las que daban a la página un aire de alcurnia siglo XIX, la mar de sofisticado, impropio o, para decirlo todo, ineficaz para la lectura de ojito en el colectivo o en la mesa de al lado de algún bar.

Vuelve, el tipo, a los enrosques deleuzianos-guattarísticos y a los aros y al nuevo depósito sobre la mesita del patio, al lado del otro arito de papel. Así, el tipo va tomando hoja tras hoja y leyendo hoja tras hoja y reconociendo y enroscando y haciendo un arito y dejando en un montón arriba de la mesita del patio hoja tras hoja de diarios en una pirámide que dista bastante de ser perfecta y asume, para darnos una idea cabal de la construcción, una estabilidad por demás precaria, torpe, temblequeante, propensa al desmoronamiento. Pero, al mismo tiempo, va haciendo una lectura –furtiva, si se quiere, pero lectura al fin– de cierto periodismo que condice a la perfección con la estructura de esa rasposa arquitectura que se empecina arriba de la mesita del patio. Es decir, reiterando (al fin de cuentas, el santafesino Saer hacía lo mismo en eso de reiterar, y nadie lo criticó por eso): precario, torpe, temblequeante, propenso al desmoronamiento. Mira, el tipo, la pilita de hojas hechas aros y, dado a pensar atando cabos, piensa en el país este viernes 7 a las diez menos cuarto de la noche.

Si fuera Berger, John Berger, piensa el tipo y se relame, adoptando una mueca que sólo es recomendable cometer cuando uno está solo como el tipo ahora, si fuera Berger, decíamos, piensa el tipo, escribiría un libro del recontra carajo con eso. Pero el tipo, lo sabe, no es Berger, ni siquiera leyó todos los libros de Berger. Más aún, lo que más lo atrae del inglés es que haya largado todo (“todo” es el lugar que ocupaba en la crítica británica, es decir, la fama y la buena posición económica) y se haya ido a vivir a la Alta Saboya, plenos Alpes franceses, rodeado de viejos pobladores sabios que no se dan cuenta de que lo son. El tipo, por su parte, está pensando en abandonar este dos ambientes con patiecito de Villa Pueyrredón y mudarse al barrio Savoia, plena llanura pampa ganada al río en City Bell, cerca de La Plata, territorio húmedo y movedizo, lleno de viejos pobladores que ni son sabios ni se dan cuenta de que no lo son.

“No, claro –piensa el tipo, bastante dado a hablarse a sí mismo en este patio las noches de viernes–, no soy Berger”. Entonces, agarra los aritos de las hojas de los diarios que critican todo para seguir guardando el secreto de sus horrores, los pone en el piso de la parrillita, agrega unas cuantas maderitas de cajón, hace una coronita de carbones y enciende el fuego. Después camina hasta la heladera –pocos pasos, los conoce de memoria–, saca un bife ancho y lo lleva en un plato hasta la mesa del patio. Agarra otra página de la pila de diarios, lee “Prorrogaron la medida cautelar”, hace un bollito y limpia la grasa vieja de la parrilla con un entusiasmo que el lector podrá adivinar crítico. Después se sirve un vaso de vino y mira cómo crece el fuego. Sabe, el tipo, que no hace falta que espere hasta las doce de la noche de este viernes 7.

09/12/12 Miradas al Sur

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