domingo, 25 de noviembre de 2012

LA LUCHA POR EL CONTROL TOTAL, OPINION


De la información a la lucha por el control total
Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com

El que escribe –cada mes, cada semana, cada día–, el que produce el material que va a conformar el pensamiento del público es, en esencia, aquel que determina, más que nadie, el carácter de la gente y el tipo de gobierno que esa gente tendrá”, decía Theodore Roosevelt allá en un lejanísimo abril de 1904. La frase la popularizó Joseph Pulitzer, quien por esos años ya había donado los dos millones de dólares con los cuales la Universidad de Columbia creó la facultad de periodismo. El mismo Pulitzer que cinco años después fue querellado por Roosevelt por haber denunciado la coima de 40 millones de dólares que el gobierno de los Estados Unidos pagó a la compañía francesa del canal de Panamá. El mismo Pulitzer que fue absuelto de inmediato cuando los jueces rechazaron la acusación. El mismo Pulitzer que vivió el fallo como una victoria para la libertad de prensa. Personaje controvertido, Pulitzer, muy controvertido. Quiso “hablarle a una nación” y terminó, más de una vez (más, muchas más), operando para determinados círculos de intereses políticos o haciendo gala de los procedimientos más indeseables para triunfar deslealmente en la competencia con otros medios.

Eso sí, se informaba. Estudiaba, escuchaba y cruzaba información. No confiaba en el “periodista se nace”. Más que no confiaba, no creía de ninguna manera en esa posibilidad. Quizá por eso, también por aquellos años, dijo: “El único puesto en nuestra república que se me ocurre que pueda ser cubierto por un hombre por el mero hecho de haber nacido es el de imbécil”. Y para no dejar dudas de que pensaba –por más que no lo pensara demasiado en serio– en periodistas mejores que él, también dijo: “Cada número de un periódico representa una batalla: una batalla por la excelencia. Cuando el director lo lee y lo compara con sus rivales sabe si se ha anotado una victoria o sufrido una derrota. ¿No sería de tanta utilidad para el estudiante de periodismo leer sobre esas batallas de la prensa como lo es para el estudiante de la guerra hacerlo sobre las batallas militares?”. Batallas. Más de cien años después, la pregunta sigue teniendo actualidad. Claro que cambiaron algunos componentes de esa ecuación llamada periodismo.

La información. No cabe ninguna duda de que el desarrollo periodístico del hecho, aquello que hasta hace unas décadas era fiel reflejo de las concepciones de la era industrial, se modificó. Antes, como bien dice Ignacio Ramonet en La explosión del periodismo, señalando la producción fordista en los medios de comunicación, una pluralidad de obreros especializados contribuía a la fabricación de un producto que, al final, era entregado “completo, acabado, cerrado, y que se correspondía punto por punto con el proyecto inicial”. Hoy, esa lógica copia sin miramientos la del online: es decir, arrojar al lector-espectador-oyente una noticia en bruto (demasiadas veces sin importar si es cierta o no) para que siente un precedente y pueda ser deglutida marcando agenda antes de que se la corrija o se la desmienta. Online podría definirse como ese espacio donde se escribe sin editor. Retoma Ramonet lo que dicen Francis Pisani y Dominique Piotet en La alquimia de las multitudes: “Antes, el artículo de un periodista sólo salía en portada si el jefe lo decidía. Hoy, ese mismo artículo puede saltar a primera plana por ser el ‘más leído’”. Poco importa, no es en vano insistir, si esa información es verdadera o falsa. Decía Ryszard Kapuscinki hace más de diez años, reflotado por Pascual Serrano en su reciente Contra la neutralidad: “Se sustituye el problema del contenido por la cuestión de la forma; colocan la técnica en lugar de la filosofía. Sólo se habla de cómo redactar, cómo almacenar o cómo transmitir algo. Pero ni una sola palabra de qué redactar, qué almacenar y qué transmitir. El punto débil de esas manifestaciones radica en que a través de ellas, en lugar de discusiones sobre el contenido, el espíritu y el sentido de las cosas, no nos enteramos más que de los nuevos y deslumbrantes avances técnicos conseguidos en el terreno de la comunicación”.

O como bien señala el periodista británico Robert Fisk: “Uno de los problemas principales del periodismo, particularmente de la información, es el hecho de que empezamos a ver a todos los personajes como si viéramos una obra de teatro o una película, en la que suceda lo que suceda, el show debe continuar”.

El periodista. “Los periodistas gozaban del privilegio, pero también de la responsabilidad, de formar parte de aquellos que tienen voz. Lo que les fascinaba era ser el centro de las miradas.” La afirmación recogida por Ramonet, de Philippe Cohen y Élisabeth Levy, habla de un pasado que no parece haber terminado. Por el contrario, los medios hegemónicos latinoamericanos cuentan con periodistas (gráficos, radiales, televisivos) que hacen gala de “su firma solvente”, “su voz profunda” o “su imagen seria” –todos los entrecomillados corren por cuenta de quien así los presenta para que así, y no de otra manera, sean reconocidos– para dar como hechos ocurridos las mayores suposiciones u operaciones que esconden esos mismos medios en los que trabajan. No se trata, claro, de la plantilla completa de empleados, sino de sus “estrellas”, aquellos que están plenamente comprometidos con la línea política o ideológica del medio. Los que se llaman a sí mismos “periodistas independientes” tratando de implantar en la sociedad la certeza de que todos los demás (incluidos sus compañeros) están pagados por el enemigo, sea quien fuere ese enemigo.

El medio. ¿Por qué se leen los diarios a la mañana durante el desayuno? ¿Por qué los programas radiales de las 7 de la mañana son los más buscados? La necesidad de ordenar el mundo antes de salir a él parece tener su raíz en las convicciones religiosas del rezo matutino. Las manos separadas para abrir el diario suplantaron a las manos juntas. De pedir certezas divinas (paz, pan, trabajo) se pasó a consumir certezas mediáticas, de ser posible las referidas a “la inseguridad”, “la corrupción”, “la mentira gubernamental” o “la mordaza a la prensa libre”. Es decir, marcar la salida a un mundo tan previsible como de mierda, en la definición que se empeñan en hacer creer –muchas, demasiadas veces con resultado positivo– a sus lectores-oyentes-espectadores.

Los empresarios. Quizás el empresario de medios paradigmático en América latina sea Gustavo Cisneros, el hombre que en 2004 estaba sólo por debajo del mexicano Carlos Slim en la tabla de personas más ricas de la región. La familia Cisneros fue dueña de la embotelladora de Pepsi Cola en Venezuela y estuvo a punto de fundir la sucursal de Coca-Cola de ese país. Pero años después vendió la “pepsiplanta” y compró acciones de la Coca, con lo que la situación se dio vuelta por completo y la Pepsi estuvo a punto de escapar por la puerta de atrás de Caracas. Dueño de DirecTV y de varias señales de televisión, promovió el golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002. Dos años después de aquella intentona antidemocrática, Cisneros anduvo por la Argentina abrochando negocios. Venía de la reunión de Davos y estaba exultante: “Nos reunimos grandes jefes corporativos y líderes políticos para reflexionar sobre el rumbo del planeta”, dijo en una entrevista donde dos guardaespaldas fornidos y trajeados apoyaban sus manazas en los hombros del periodista cada vez que éste mencionaba la palabra prohibida: “Chávez”. Breve, la entrevista, picadita.

–Da un poco de miedo pensar que un grupo de jefes corporativos esté digitando lo que le va a pasar a la humanidad...

–No, no, no es así, ni es para tanto. Lo hacemos con la idea de cómo ayudar a interactuar entre nosotros, ayudarnos mutuamente. Los pobres no compran cosas, no ven televisión, no compran diarios o revistas. Tenemos la obligación de ver cómo las clases medias llegan a ser mayoría en América latina.

–Ah, discuten la revolución social...

–No, no, no, no confundamos.

Hoy, Cisneros vive en Miami y de Chávez, lo mismo que hace ocho años: nada.

Sin lugar a dudas, los medios (esos periodistas, esos empresarios) dejaron de lado hasta su más pequeño deseo de hacer periodismo y se juegan enteros por imponer su rol político. ¿El lector? Bien, gracias.

25/11/12 Miradas al Sur
GB

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