jueves, 12 de julio de 2012

El proyecto político de San Martín Segunda Parte.


Pero en aquel momento -igual que hoy- proliferaban los operadores políticos, los agentes de inteligencia y los mariscales de la derrota. Corría el rumor de que Belgrano habría negociado en privado con los diputados para crear una monarquía, tan puesta de moda por el congreso de Viena, al servicio de los reyes de Portugal. En realidad, habiendo sido invitado por el congreso para exponer sobre las formas de gobierno en la Europa de la época, en una sesión secreta, Belgrano propone una monarquía constitucional con un heredero de la dinastía incaica. Ya no se trataba de invocar poéticamente al inca intentando conmover su tumba como una mera fantasía literaria de la inspiración de López y Planes. Tal era el prestigio que todavía conservaba el “antiguo esplendor” del nombre inca.

Los legisladores salen al paso de la campaña de trascendidos. Se reúnen en sesión secreta diez días después, el 19 de julio, y amplían un párrafo del acta de la independencia. Donde dice “una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli” (que en realidad ya lo veníamos siendo de hecho desde hacía años), agregan la frase: “… y de toda otra dominación extranjera”. La propuesta es del diputado Pedro Medrano, abogado nacido en Montevideo pero representante de Buenos Aires y debe atribuirse a una marcada influencia de José de San Martín. El texto se jura dos días después. La declaración es una especie de prólogo de la patria grande. Para divulgar la noticia, el congreso envía a todas las provincias copias del acta. Incluso se hacen traducciones en quechua y aymará, los idiomas aborígenes del norte.
Fue un acontecimiento realmente extraordinario, no sólo porque nos declaramos independientes de toda dominación extranjera, sino también por el coraje patriótico que se manifestó con plenitud en medio de una extendida mezquindad y estrechez de miras.

Lo cierto es que durante la década transcurrida desde la victoria sobre las invasiones inglesas, ya se habían consolidado formas de vida comunes y el país se había transformado en la patria de todos.
La elite de Buenos Aires y de las ciudades del litoral y del Tucumán estaba inficionada del espíritu del siglo. Sin embargo, con la independencia, que a pesar de todas las intrigas no conoció retrocesos, el Río de la Plata se convirtió en el meridiano político del destino hispanoamericano. Durante las guerras de la independencia, a lo largo de todo nuestro territorio, se levantaron las caballerías de la guerra gaucha. A pesar de las contumacias monárquicas, el acto audaz del congreso de Tucumán es testimonio del genio de la independencia americana a través de la generosa, heroica y jamás doblegada independencia argentina.

Pero mientras tanto se estaban reclutando y formando los cuadros de la patria. El intendente de Cuyo iba a hacer de aquel destierro su fortaleza y la fortaleza de la emancipación americana.
En aquel rincón de su “ínsula cuyana” -como gustaba llamarla-, con los Andes como consejeros y testigos, San Martín concibió y organizó a solas el ejército que los habría de atravesar (creación de su genio, maestro de almas y artista de voluntades); e ideó -también solo- una familia de pueblos redimidos por la espada.
En una provincia de cuarenta mil habitantes, formó en tres años uno de los mejores ejércitos del mundo, con soldados, suboficiales, oficiales y jefes de excelencia -un nuevo tipo de militar animado de un nuevo espíritu- ¡reclutando nada menos que al doce por ciento de la población! Para tener idea de las magnitudes, el conjunto de las fuerzas armadas y de seguridad norteamericanas, las más poderosas de la actualidad, incluyendo a su inmenso sector de servicios, no suman más del uno por ciento de los habitantes de ese país.

El gran capitán apela a las arengas privadas o a la emulación pública con intuición de caudillo y proclama: “Tengo ciento treinta sables arrumbados en el cuartel de granaderos a caballo por falta de brazos valientes que los empuñen. El que ame la patria y el honor, venga a tomarlos”.
Además, en su ínsula, de la nada, con dotes de gran organizador, creó todas las industrias necesarias para abastecer el ejército, vestirlo y armarlo. De las botas a los cañones todo se fabricó en Cuyo. Uniformes tejidos en San Luis y teñidos en Mendoza, pólvora de la mejor calidad fabricada con el salitre de la zona por Alvarez Condarco. El poeta puntano Antonio Esteban Agüero pinta la movilización que prefigura “la nación en armas”:
Necesito las mulas prometidas;
necesito mil yardas de bayeta;
necesito caballos; más caballos;
necesito los ponchos y las suelas;
necesito cebollas y limones
para la puna de la cordillera;
necesito las joyas de las damas;
necesito más carros y carretas;
necesito campanas para el bronce
de los clarines; necesito vendas;
necesito el sudor y la fatiga;
necesito hasta el hierro de las rejas
que clausuran canceles y ventanas
para el acero de las bayonetas;
necesito los cuernos para chifles;
necesito maromas y cadenas
para alzar los cañones en los pasos
donde la nieve es una flor eterna;
necesito las lágrimas y el hambre
para más gloria de la madre América.

Criollos iletrados, algunos indios, negros y mulatos convertidos en los mejores oficiales y soldados de la época. Unos gauchos granaderos a caballo, sus negros queridos (más de la mitad de la infantería), los libertos, los quintos, los vagos. A todos convoca, reúne, forma y transforma, convirtiendo a seis mil hombres sencillos y ordinarios en heroicos, brillantes y disciplinados combatientes. Con una artillería de avanzada ¡y portátil para cruzar la cordillera más alta del continente!, ideada y fabricada por un fraile franciscano cuyano puesto de teniente-ingeniero a dirigir la maestranza, de donde salió el ejército con cureñas y herraduras, con caramañolas y monturas, granadas y fusiles, cañones y cartuchos. En su taller montado en Plumerillo trabajaban por turnos -en frenético ritmo de producción- más de setecientos artesanos y operarios formados, instruidos y dirigidos por este “Vulcano con sotanas” [Sierra], a puro grito en medio del ruido ensordecedor de metales y martillos, hasta quedar ronco para el resto de su vida.

San Martín alistó ese ejército uno a uno, hombre a hombre; él mismo les enseñó a manejar el sable; él mismo esculpió como un mármol a cada oficial y a cada soldado. Los dotó de una disciplina austera, los apasionó con el deber, les inoculó ese fanatismo frío del coraje que es el secreto de la victoria [Mitre]. Ingresaban desaliñados y toscos y él los transfiguraba en la estampa y exaltaba su ánimo. Jinetes extraordinarios, cabeza erguida, mirada en el horizonte, brazo listo para el sable.
Creó el código militar, el cuerpo médico, la comisaría, academias de oficiales “porque no hay ejército sin oficiales matemáticos”. Se sentaba paternalmente en torno del fogón junto al gaucho-soldado a tomar un mate, daba audiencia en la cocina, dormía bajo las estrellas tendido sobre un cuero. Mandaba al cura: predíqueme que es santa la independencia… ¡justo cuando una encíclica de Pío VII recomendaba a las iglesias americanas “fidelidad al monarca español”! Lo cierto es que de “nuestros paisanos los indios”, de unos gauchos analfabetos, salvajes hijos bastardos de la soledad, del desierto, de la crápula, del estupro ¡y hasta de un puñado de españoles!, sacó una extraordinaria generación de cuadros, los mejores oficiales y guerreros de todo el continente durante lustros.

El fue el primero que concibió al vocablo “gaucho” como sinónimo de paisanaje humilde, con sentido ponderativo y heroico y no peyorativo u ofensivo. Más tarde Martín Fierro condenará a los sucesores herederos del directorio que pensaban que
el ser gaucho es un delito
[...] porque el gaucho en esta tierra
sólo sirve pa’ votar.

En un tiempo de tantas defecciones y agachadas como el actual, pleno de relativismo y de compromisos efímeros, corresponde decir que aquellos héroes, hombres comunes, juraron y cumplieron. Lo cierto es que desde las guerras de la independencia ¡hasta la década de 1870!, el prestigioso himno argentino completo, aprendido en los campamentos de las campañas, se cantó en los llanos de la Gran Colombia, en las cuestas del Perú y en los fogones de toda Suramérica, con inflamado espíritu revolucionario y vocación americanista.

Se levanta a la faz de la tierra
una nueva y gloriosa nación.
[...] Buenos Aires se pone a la frente
de los pueblos de la ínclita unión.
[...] Y los libres del mundo responden:
¡al gran pueblo argentino, salud!


Y allá van hacia los Andes, organizados en seis columnas, los tres mil setecientos infantes y ochocientos jinetes, los mil doscientos milicianos, los doscientos cincuenta artilleros con las dos mil balas de cañón, los novecientos tiros de fusil y carabina, dos mil de metralla y seiscientas granadas. Adelante van los veinticinco baqueanos. Los sigue de cerca fray Beltrán con sus ciento veinte barreteros, palanca al hombro, marchando ladeados por el borde del antro o escalando pecho a tierra, con zorras y perchas para que sus veintiún cañones no se lastimen, con puentes de cuerda para atravesar ríos, con sus anclas y cables. Marchan también los cuarenta y siete de sanidad y su hospital volante. Y los carreteros y los arrieros, con seiscientas reses en pie para ser faenadas en el camino. Muchos de los mil seiscientos caballos de guerra se precipitan al vacío. Arriba resplandece el Aconcagua y entre las nubes planean los cóndores. San Martín sabe que está conduciendo una de las mayores hazañas militares de la historia universal.

FUENTE AGENDA DE REFLEXION-ALEJANDRO PANDRA.

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