miércoles, 2 de mayo de 2012

1º de mayo de 1948 JUAN PERON


                                   Al inaugurar el 82º Período Legislativo en el HonorableCongreso de la Nación.
                                                                            
Trabajo y dignidad, cultura y aptitud profesional: derecho a trabajar y derecho a una retribución justa.

    “La labor social desarrollada en el curso de los doce últimos meses ha sido considerable y no cabría omitir una referencia a la misma. Para ello  he de partir de la Declaración de los Derechos del Trabajador, que proclamé en el mes de febrero del año último, y que han tenido la natural reper­cusión en el orden interno y en el internacional. Sin tener la pretensión de haber ideado nada desconocido, creo, sin embargo, poder afirmar que he concretado aquellos derechos en forma tal que permitiría convertirlos en una declaración de orden legal sustantivo.

     Y así como en las constituciones del siglo pasado, entre ellas la nuestra, la preocupación de los constituyentes, respondiendo al ambiente de su tiempo, se limitaba únicamente a declaraciones de prin­cipios de tipo político y de tipo económico, no puede concebirse ya que la piedra angular de una nación, representada por su Carta Fundamental, deje de contener declaraciones de significativas ideas básicas en materia de trabajo.

    Si ha sido importante decir que los ciudadanos tienen el derecho a la libertad de comercio, no creo que sea menos importante señalar que tienen el derecho no sólo de trabajar, cual afirma nuestra Constitución, sino de hacerla con la necesaria protección de dignidad. Si se ha considerado indispensable consignar (por cierto en términos que hoy re­sultan un tanto sorprendentes) que existe un derecho de propiedad inviolable, igualmente ha de ser necesario proclamar el derecho a una retribución justa, porque no se puede comprender que se defienda el derecho de los hombres a la posesión y disfrute de los bienes materiales y no se diga otro tanto en cuanto a la tenencia de la retribución indispensable para la subsistencia decorosa.

    Si se dice que en la Nación no hay esclavos, porque to­dos los hombres son libres, hay que añadir que los trabajadores tienen derecho a unas condiciones de trabajo dignas, porque de otro modo se ha­bría realizado una emancipación formal, pero se habría dejado subsistente la esclavitud derivada de la miseria, del agotamiento físico, de la salud precaria y de la falta de vivienda decente.

     De poco sirve decir que no se admiten prerrogativas de sangre ni de nacimiento si luego la realidad ha de ser que existan esas prerrogativas, aunque no estén asentadas en un tí­tulo nobiliario, sino en la posición económica y en el derecho hereditario. No basta consagrar la libertad de pensamiento y de expresión si al mismo tiempo no se declara la necesidad de propiciar la elevación de la cultura y de la aptitud profesional para que todas las inteligencias puedan orientarse hacia todas las direcciones del conocimiento mediante el estímulo del es­fuerzo individual, proporcionando los medios para que, en igualdad de oportunidades, todo individuo pueda ejercitar el derecho de aprender y de perfeccionarse.

    Lo mismo cabe decir con respecto a los derechos de preservación de la salud, de seguridad social, de protección a la familia, de mejoramiento económico y de defensa de los intereses profesionales. Mientras ellos no tengan plena aceptación en el consenso general y en la letra de ley, será inútil pensar en la pacificación de los espíritus y en la terminación de las luchas de clase.
Pero el reconocimiento de los derechos del trabajador ha de tener otra ventaja, porque ni hay derecho sin su correlativo deber ni hay obligación que no esté amparada por el correspondiente derecho.

    Lo han comprendido así los mismos trabajadores, quienes en el Con­greso Obrero Nacional de la Confederación General del Trabajo aprobaron una declaración de los "Deberes del Trabajador", en armonía con los derechos por mí definidos. Correlativamente al derecho de trabajar, reco­nocieron la obligación de producir; frente al derecho a una retribución justa, proclamaron la obligación de compensar el salario con el rendi­miento; frente al derecho a la capacitación, la obligación de perfeccionar los métodos de producción; frente al derecho a condiciones de trabajo dignas, la obligación de respetar los intereses justos de la colectividad; frente al derecho a la preservación de la salud, la obligación de observar las disposiciones de higiene individual y colectiva; frente al derecho al bienestar, la obligación de contribuir a la creación del mismo; frente al de­recho a la seguridad social, la obligación de capitalizar durante la vida ac­tiva los recursos para el futuro bienestar; frente al derecho a la protección de la familia, la obligación de cultivar normas de moral; frente al derecho al mejoramiento económico, la obligación de restituir a la sociedad, en forma de trabajo lo que de ella se recibe en forma de bienestar; y frente al derecho a la defensa de los intereses profesionales, la obligación de poner la fuerza gremial al servicio de los intereses de la Nación.

    Merece la pena dedicar unos minutos a la glosa de esos conceptos, porque de la conjunción de derechos y obligaciones ha de salir el fundamento de la sociedad futura. Exigir una producción intensa a quien reciba un salario mezquino constituye un abuso y una inmoralidad, como lo es también pretender una estricta moralidad en quienes viven hacinados en vergonzosa promiscuidad, sin que sea tampoco posible imponer respeto a las normas sociales vigentes, a los trabajadores que se sientan explotados por un capitalismo codicioso e inhumano y desamparados de verdadera justicia por parte de un Estado que ni siquiera actuase de juez imparcial en las luchas, sino de parte interesada en los litigios.

    En tales condiciones no es de extrañar que las masas obreras, defrau­dadas secularmente en sus legítimas aspiraciones, se vuelvan indisciplinadas y anárquicas o se dejen seducir por el señuelo de organizaciones económi­cas y sociales que contradicen incluso la esencia humana. Es muy fácil y es muy cómodo sentirse conservador y actuar como elemento de orden cuando la posición pecuniaria permite llevar una vida carente de dificulta­des y de molestias. Pero es muy duro pedir resignación a quienes carezcan de cuantos regalos ofrece la civilización y frecuentemente de lo indispen­sable para cubrir necesidades elementales. El tugurio infecto, la esposa fa­mélica y envejecida por la labor agobiadora, los hijos depauperados y la falta de higiene representan el ambiente propicio para la germinación del odio y, con él, de la violencia. Invertid los términos: poned en la vida de los trabajadores higiene y belleza, comodidad y cultura, y veréis cómo la oposición de clases se convierte en la colaboración fraterna, el odio en amor y la lucha en paz. No creo que mi visión sea utópica. Es solamente difícil de lograr, pero la grandeza del fin bien merece la pena de no darse jamás por vencido en el empeño.” 

Prof GB

No hay comentarios:

Publicar un comentario