viernes, 16 de marzo de 2012

Ese poco equilibrio. (A propósito de Irán)

El 9 de agosto de 1945, ese día los norteamericanos lanzaron sobre Nagasaky su segunda y descomunal bomba A, que despojó de sus vidas y de sus techos a decenas o acaso a cientos de miles de seres humanos.
Mariana y yo nos enteramos al día siguiente. No se porqué la bomba de Nagasaky me afectó mas que la de Hiroshima. Tal vez porque no solo representó el horror sino su continuidad. En el noticiero especificaron que la potencia del artefacto había sido de 12,5 kilotoneladas, agregando que una kilotonelada equivalía a mil toneladas de TNT. Yo no tenía idea de cuanto significaba ese desorbitado poder de destrucción, pero debía ser considerable, a juzgar por las fervorosas hipérboles de los comentaristas.Ahora bien, como los qeu arojaron al bomba no eran alemanes ni franceses ni rusos, sino norteamericanos, los locutores se pasaron el día celebrando el acontecimiento y alabando los formidables adelantos de las técnicas bélicas de las fuerzas democrática. Por otra aprte, los cientos de miles de víctimas no eran blancos sino amarillentos, así que tampoco había que preocuparse tanto.

A mi aquello me parecía un horror. No podía entender que la gente oscilara tan irresponsablemente entre el alboroto y el alborozo. Pronosticaban que con esto se acaba la guerra y lo decían tan jubilosamente como si hasta ayer hubiésemos sido nosotros los diariamente bombardeados.
No es que yo les tuviera especial simpatía a los japoneses, pero me parecía algo atroz que miles de civiles murieran calcinados. Con qué rapidez los norteamericanos habían aprendido de los nazis el sistema de ornos crematorios . De Auschwitz a Hiroshima, sin escalas.

La dejé a Mariana con su propia angustia y, me fui a ver al tío Edmundo. olo él podía explicarme esta locura. Llegué a su casa casi corriendo y empujé la puerta. Solo a la noche pasaba llave. Estaba en el patio, tomando amte, aprovechando el solcito de las once de un día excepcionalmente cálidod e agosto. Pensé (pero me arrepentí enseguida de mi frivolidad) que la bomba, con su enorme llamarada allá lejos, nos había calentado acá cerca.

Capítulo del libro escrito por el autor uruguayo, Mario Benedetti: La borra de café. 

Fotografía del trabajo "Fotogafiando la bomba" de Yosuke Yamahata.

Prof GB

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