lunes, 6 de febrero de 2012

DEBATE ABIERTO II, MINERIA A CIELO...?

Soberanía sí, ambientalismo bobo no


Sociedad
Martes 31 de Enero de 2012 12:46
Escrito por Agencia Paco Urondo



¿Contaminación cero a cualquier precio? ¿Naturaleza sí pero con una expectativa de vida de la edad de piedra? ¿Ambientalismo o marketing ecológico? Interrogantes qué propone el Grupo de Estudio John William Cooke en la siguiente nota.




En los últimos días, la cuestión minera ha sido lanzada a la mesa de discusión política en Argentina. Como militantes políticos, no podemos obviar este tema, debido a la gran cantidad de compatriotas a los que afecta y a lo que implica en el marco del modelo de desarrollo económico que buscamos construir. Sin embargo, manifestarse en contra de un determinado proyecto de extracción no debe impedirnos analizar con mayor seriedad lo que hay debajo de la aparentemente homogénea oposición actual a la iniciativa minera riojana.

En primer lugar, debemos decir que detrás de una consigna como “Famatina no se toca” existen dos corrientes argumentativas distintas que, aunque hoy circunstancialmente unidas, deberían (si se mantienen coherentes) seguir caminos divergentes si cambiase la situación actual. Por un lado se encuentran quienes se oponen al proyecto minero por su impacto ambiental; por el otro, quienes lo hacen en defensa de la soberanía nacional sobre los recursos naturales del país, contra la explotación extranjera. Si los segundos pueden basarse en el artículo 40 de la Constitución de 1949, los primeros encuentran sus referencias en las organizaciones ambientalistas internacionales. Un síntoma secundario de esta fusión sui generis es la aparición de partidos políticos que han sostenido desde hace años ambas posturas, sin notar jamás su contradicción.

Aunque hoy mezcladas por las vueltas de la política y de la historia, estas dos diferentes oposiciones al proyecto minero no podrían ser más disímiles. Si el Estado Argentino decidiera desempolvar el artículo 40 y aplicarlo a capa y espada, creando además una empresa minera estatal que se encargara de la actividad (lo que ayer sonaba a delirio, como también sonaba a delirio la reestatización de YPF), los defensores de la soberanía nacional sobre los recursos naturales (una vez más, si optan por la coherencia) no podrían sino apoyarla decididamente. Los fundamentalistas del ambiente, por el contrario, no se moverían un centímetro de su trinchera, pues no es para ellos lo central si explota nuestros recursos naturales una empresa extranjera o el Estado nacional, sino el daño ambiental que la sola explotación ocasiona.

Oponerse al robo de los recursos naturales argentinos no debe implicar proclamar, con los ambientalistas ingenuos, que “el agua vale más que el oro”. A ellos, quizá mejor que nosotros responda Rafael Correa, quien hablando justamente sobre la minería en Ecuador dijo:

“…Yo soy profesor de Economía Ambiental. Siempre empezaba el curso preguntándoles a mis alumnos ‘¿Cuál es el nivel óptimo de contaminación?’ Todos decían ‘¡Cero!’ Porque todos estamos contra la contaminación, todos tenemos buen corazón. Bueno, si queremos cero de contaminación, tenemos que volver a la Edad de las Cavernas. Y vamos a tener un aire más limpio. Pero los niños se nos van a morir a los seis años. La esperanza de vida va a volver a los dieciocho años. Son costos que implica el progreso, el futuro. Y lo que hay que tratar de minimizar esos ineludibles costos. Elevemos el nivel de debate. No nos dejemos engañar por los demagogos, los charlatanes…” (video disponible en http://www.youtube.com/watch?v=ttbz6EyFQ7M).

Además de no caer en la posición ambientalista vulgar, debemos ser cautelosos con el uso político que se hace de este movimiento en contra de la explotación minera, por parte de grupos que nunca se destacaron por su defensa del ambiente ni, mucho menos, de la soberanía nacional. “Hacerle el juego a la derecha” es hoy un cliché que a veces hasta sirve para tratar de conformarnos y evitar que este proyecto político siga pedaleando hacia delante. Sin embargo, una causa defendida por Clarín y por La Nación exige, como mínimo, un poco más de cautela a cualquier militante popular.

GB

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