miércoles, 28 de diciembre de 2011

EL TRABAJO NUNCA TRAICIONA.

Por Julián Licastro


Comunidad, trabajo y poder: las claves del movimiento

Hemos tratado ya la relación existente entre la comunidad, el trabajo y el poder como claves del movimiento de desarrollo nacional. Ahora es preciso profundizar estos conceptos, superando su rol instrumental, para advertir su importancia relevante como categorías filosóficas, de tono popular, a fin de dar una dirección coherente a los distintos componentes y funciones que constituyen, o deben constituir, una participación social integral. No hacerlo sería consentir, sin hacer nada desde la experiencia militante, para prevenir contradicciones internas, potenciadas por provocaciones o dificultades externas, en la difícil etapa que se avecina.

En principio, la doctrina considera que la “comunidad” es una instancia que contempla, y de algún modo trasciende, la mera noción de sociedad civil, porque incorpora la intervención activa de las organizaciones libres del pueblo en sus múltiples formas de autoconvocatoria y autogestión. Ellas se asocian naturalmente al marco legal del Estado democrático, pero sin perder su propia creatividad e iniciativa en la articulación de motivaciones sectoriales, pero convergentes y complementarias respecto al interés general.

En el mismo sentido, el rol del “trabajo” es distinto, en esta concepción vital, de la que cumple en un régimen capitalista, como simple actividad de subsistencia; o en un régimen colectivista, como sacrificio dirigido de manera totalitaria a la construcción estatista de la nomenclatura. En el justicialismo, en cambio, el trabajo es el factor polivalente de la organización de la comunidad. Sin esta cualidad ética de “la cultura del trabajo”, la Nación , más allá de sus posibilidades y recursos, declina, se disgrega y prácticamente desaparece como entidad soberana.

Finalmente, el “poder” del que hablamos tiene una naturaleza y finalidad social, que lo distingue del poder partidocrático, sin capacidad de transformación del país, porque se somete o es impotente ante la concentración económica especulativa y su red de encuadramiento mediático, sustitutivo de toda participación consciente y activa. En consecuencia, hay una mayor precisión en la definición de “pueblo” como sujeto histórico-social prevaleciente, aunque no excluyente, del conjunto nacional.
La organización como alternativa a la masificación y la manipulación

En efecto, el pueblo sin organización ni participación no es pueblo: es masa; y el pueblo sin trabajo vinculante con la comunidad de pertenencia es apenas: población, suma cuantitativa, no cualitativa, de habitantes. Luego, la definición que se destaca es la de “pueblo trabajador”, que por supuesto no se queda en la vieja división entre trabajo manual e intelectual. Esta división no sólo no corresponde a la doctrina, sino que es inexistente en el mundo moderno de la innovación tecnológica permanente y sus requerimientos progresivos de capacitación y calificación profesional.

Pero ésta no es la principal conclusión de estas categorías del pensamiento, a la vez idealista y realista, sobre el mundo laboral; sino que ellas proyectan al trabajador, como lo previó Perón, al nivel superior de “productor”. Ello implica la evolución hacia los emprendimientos industriales y de servicios de propiedad social y a la intervención más dinámica de los obreros, empleados y técnicos en la reforma de las grandes empresas.

Se perciben, de esta manera, tres escalones distintos, pero implícitos en una misma dinámica de “progreso” concreto, no de progresismo abstracto: la inclusión social, la justicia social y la equidad económica. Es decir: la asistencia estatal en la emergencia de los sectores desocupados y más vulnerables del actual sistema económico. La justicia social para los trabajadores, que significa empleo digno, retribución adecuada y condiciones de vida acorde. Y la equidad económica que posibilite la mayor generación de empleo genuino, y la mejor formación y eficacia de los trabajadores en la reforma del sistema empresarial y productivo, por la vía de nuevos contenidos en la negociación colectiva.

El derecho social es, sin duda, la más dinámica de las distintas ramas que componen la administración de justicia, porque avanza al ritmo veloz de las modificaciones económicas y técnicas del desarrollo de las fuerzas productivas. El trabajador y su encuadramiento sindical, están en contacto directo con la renovación metodológica industrial y su concomitancia con los cambios derivados en los modos culturales del pensar y sentir la vida de la sociedad. Este efecto es de por sí esclarecedor de la necesidad imprescindible del trabajo, y su defensa de una democracia integral sólo posible por el sustento de una voluntad social organizada.




Una reconstrucción social de gran alcance

La actualidad internacional, tan dramática, ofrece claros ejemplos de lo que no debe hacerse. Ni el “capitalismo salvaje” que subvenciona a los ricos, eximiendo sus impuestos y haciendo pagar la crisis, provocada por la estafa financiera globalizada, a los trabajadores divididos en varias centrales (sin unidad de concepción ni cohesión). Ni el asistencialismo oficial crónico, que lucra con la emergencia, y no le interesa superarla, para mantener el voto cautivo y prolongar los negociados marginales del clientelismo.

En realidad, lo que corresponde apoyar, con toda decisión y fuerza, es la creación de trabajo genuino con emprendimientos rentables y sostenidos, porque ello favorece a la vez a los tres niveles enunciados. Al empresario productivo, no especulativo, que así expande sus proyectos, inversiones e integración interna y regional. Al trabajador activo y pasivo, que mejora su capacidad adquisitiva y articulación distributiva. Y a la franja de marginación laboral que, con el avance general, puede encontrar los espacios de ocupación para empleos estables, en blanco, y con las garantías de asistencia y previsión.

Porque salir de la precariedad laboral es salir de la precariedad civil de una condición ciudadana dudosa o negada en una sociedad indiferente. Y fomentar el trabajo digno es consolidar la libertad de pertenencia del hombre-persona y no del hombre-cosa, para fortalecer las vías operantes y efectivas de una vocación de servicio social responsable. Una libertad sin libertinaje, apreciada por su conexión moral y espiritual con la comunidad organizada, en el centro de la cual hay un núcleo cultural de creencias profundas y valores compartidos.

No encarar este esfuerzo pendiente, prefiriendo plantear movilizaciones menores frente a la movilización mayor del trabajo, como parece sugerirlo cierta regresión a la militancia festiva, podría comprometer un futuro promisorio. Máxime cuando sabemos que toda etapa inicial, ya cumplida, cancela las premisas que justificaron su origen, y señala el desafío de encarar un nuevo ciclo, mirando hacia adelante, para no detenerse ni retroceder perdiendo lo ganado con el esfuerzo concatenado de todos.


El valor estratégico de la paciencia y la reflexión

Dice la estrategia que en una organización los problemas más importantes están en el área de la planificación y la comunicación, no en la propaganda. Ello demanda abrirse al intercambio de propuestas y criterios que surge de la igualdad de los compañeros; y no encerrarse en métodos ejecutivos de autoridad, que parecen fuertes en un momento dado, pero resultan débiles en el desenlace de las cuestiones supremas de la estabilidad y continuidad de las más importantes políticas de Estado.

Por eso la apelación, reiterada en estas modestas reflexiones, a la inspiración de una posición filosófica compartida, que nos distingue de los partidos unipersonales, de trayectoria zigzagueante y fugaz, que no contribuyen a la madurez política de la república. Porque aquí, en los problemas siempre delicados del frente interno de un movimiento tan grande como complejo, “filosofía” significa paciencia más reflexión, tiempo más racionalidad, desterrando la violencia en el lenguaje y en los hechos, para afirmar los recursos diplomáticos de la concertación y la negociación legítima.

Dicen también que la historia se repite, primero como tragedia y luego como comedia, lo cual -sin asegurar que siempre fuese cierto- nos previene sobre la lucha fratricida que, en otra generación, nos dividió gravemente facilitando la represión política, la destrucción económica y el desgarramiento social. Visto a la distancia, todos tenemos el deber ineludible de la autocrítica, que vale más cuando transmite la experiencia propia que puede facilitar el porvenir.

Por consiguiente, y siguiendo la acertada expresión de que sufrimos mundialmente una suerte de “anarco-capitalismo”, hay que tener sumo cuidado en no alentar, por ningún motivo, una especie de “anarco-sindicalismo”. Ello podría ocurrir si se debilitan, de una u otra manera, las estructuras orgánicas que, más allá de las virtudes y defectos de algunos dirigentes, han canalizado en general el accionar gremial dentro de una identidad nacional y una coordinación de fuerzas populares en la resistencia a las proscripciones y dictaduras.


No hay doctrina sin práctica, ni práctica sin doctrina

Se podrá aducir que muchas de las cosas que hemos consignado aquí son teóricas, y es cierto, porque resumen la parte referente a los principios de la doctrina; pero la otra parte de ella indica los procedimientos. Esto significa que no hay teoría sin práctica, y que la acción práctica comprende la esfera de la ética y la organización, porque sin conducta social no hay conducción social. Aplicado al movimiento de los trabajadores organizados gremialmente, este imperativo condiciona una evolución necesaria, de lo corporativo a lo comunitario, para lograr, no la autarquía política de la suficiencia clasista, sino la autonomía responsable en la defensa del interés de todos los sectores laborales. Ello ha demostrado ser difíciles de derrotar, porque se mantienen encuadrados en una misma estructura de peso y resonancia nacional.

Hay, en consecuencia, un protagonismo histórico irrenunciable, que desborda los objetivos tácticos y la puja de personalidades diferentes y aspiraciones encontradas: porque lo histórico es lo estratégico y está enmarcado en cierto determinismo en los ciclos sucesivos de las épocas y etapas de la lucha por el progreso social. Ésa es la tarea insoslayable que, con diversas interpretaciones ideológicas, ha signado la trayectoria civilizatoria de los pueblos del mundo, según su respectiva idiosincrasia.

En la Argentina actual, ella retoma el desafío ya formulado en 1974, como legado de un proyecto culminante, enriquecido por al experiencia de cien años de combates reivindicativos iniciales en la ciudad y el campo. El reto ahora es pasar de factor reactivo o de presión, a factor proactivo de poder. Es decir, dejar de actuar de contragolpe en la reparación de la injusticia social, diferida en el tiempo por la inflación y la especulación, para participar en las decisiones concertadas creadoras de un Estado de Justicia de impronta equitativa, desde el comienzo mismo de cada plan, modelo o cambio económico.

Con o sin integración en la designaciones partidarias o en los cargos públicos, esta legítima autonomía gremial expresa una intuición, un sentido y una metodología política singular, superadora de las limitaciones burocráticas y tecnocráticas de la democracia formal, sin participación real de la gente. Los dirigentes, so pena de perder el tren de la historia, deben comprender acabadamente el valor transformador de esta fuerza, y pasar de la simple astucia a la inteligencia, para darle la contención y las repuestas que la prudencia reclama descartando urgencias personales y provocaciones extemporáneas.


La oportunidad cultural de los cambios sociales

La política, en su juego permanente de intereses y relaciones de fuerza, es una realidad de curso continuo. Aunque sin “fecha fija” el determinismo cultural, no el fatalismo materialista, obra siempre a favor de la oportunidad de los cambios sociales, cuando éstos son bien previstos y tienen suficiente labor de preparación, educación y capacitación. Porque el espacio a cubrir no es el de la lucha cortesana ni el de los círculos aúlicos, sino el despliegue en bloque sobre el orden territorial más amplio, región por región y distrito por distrito, con presencia y acción consecuente.

Ésta es la clave operativa del sistema de delegados elegidos por las bases en cada lugar de trabajo, y subordinados a su revalidación periódica según sea el éxito o el fracaso de su actuación. Algo que no ocurre en los “partidos de funcionarios” con pretensiones de dominio, no de conducción persuasiva, porque no están refrendados por un trabajo real y solidario, que es el único que no traiciona. Por consiguiente, tenemos que comprometer nuestro espíritu en la reafirmación de las mejores tradiciones del sindicalismo argentino.

Buenos Aires, 19 de diciembre de 2011.

GB

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