jueves, 27 de octubre de 2011

APORTES PARA LA MILITANCIA

SIGNIFICADO CIERTO

DE LA PROFUNDIZACIÓN DEL MODELO

La victoria abre perspectivas amplias y creadoras



Ya hemos visto que, en un país que ansía realizarse, los grandes triunfos políticos deben proyectarse en un imperativo de unidad, para alcanzar su dimensión histórica. Lo contrario sería encerrarlos en una disminución de su carácter, para su utilización discrecional por intereses sectarios que tratarían de negar lo obvio: toda nueva situación de poder abarca nuevas fuerzas pasibles de concertarse y potenciarse, a fin de abrir perspectivas más amplias y creadoras para el conjunto nacional.



Con este rumbo inequívoco, tenemos que tratar de comprender el anuncio de “la profundización del modelo”, entendido como una etapa del proyecto nacional. Para ello, hay que empezar por evitar la ruptura o malversación de las grandes ideas políticas puestas al servicio de los pueblos, por la acción insidiosa de la tecnocracia dependiente de la concentración económica; y neutralizar la dinámica autista de los medios por los medios, sin otra finalidad que no sea la perpetuación del sistema especulativo y el ocultamiento del verdadero poder mundial (tal cual lo denuncian los “indignados”).



Necesitamos, en consecuencia, un pensamiento analítico, no sólo descriptivo o informativo, para lograr conocer a partir de principios y valores capaces de evaluar factores y tendencias actuantes desde los centros de dominación; y al par, producir las respuestas orgánicas e institucionales indispensables para acompañar con estructuras eficientes las medidas del campo nacional. En este aspecto, la lucha no empezó ayer, y hay una larga trayectoria doctrinaria motivada en la voluntad y responsabilidad de los partícipes de una comunidad organizada por la justicia social.



Por eso los valores doctrinarios, al ser un compendio de las mejores virtudes de la conducta individual y colectiva, constituyen una síntesis cualitativa de los grandes objetivos de la acción política, porque ellos no se “inventan” ni se proclaman vacíos de ejemplos, pues hay que “descubrirlos” en el comportamiento concreto del protagonismo, o no, de un pueblo. Luego, existe una transmisión cultural como herencia positiva y creadora, o una inercia de antinomias y prejuicios negadores de los cambios inexorables de la evolución.



Por esta razón, y antes que todo dato estadístico o técnico, por importante que fuese, resulta fundamental rescatar la identidad axiológica que otorga la pertenencia nacional, y la lealtad a este origen singular, en la prospectiva de las coincidencias programáticas destinadas a asegurar un desarrollo integral. Porque, en una situación anodina o anómica, si los valores no valen, la organización no organiza y la conducción no conduce, planteando el falso dilema entre anarquía y autoritarismo.





El acceso irreversible a los efectos concretos de la solidaridad




La concepción comunitaria y la decisión concertadora, sin embargo, no significan indecisión ejecutiva o falta de conciencia en la exigencia del ejercicio realista del poder. Todo lo contrario. De allí que parta claramente de la emancipación del país para conceptuar el logro de la libertad política, y al propósito final de ésta como dignidad social. Definiciones básicas que descartan la politiquería como práctica sin método racional, y la partidocracia como acuerdo espúreo entre dirigentes sumisos al hegemonismo a expensas de los sectores excluidos.



Estas categorías son claves también en la determinación superior de la estrategia ya que, como sabemos, a cada enfoque ideológico corresponde un consiguiente enfoque operativo; y la doctrina de la comunidad no contiene una estrategia agresiva. Su fuerza real está en la energía de sus reivindicaciones, en su permanente capacidad organizativa y reorganizadora, y en el carácter masivo de su movilización que inhibe por presencia la represión violenta, tal cual las jornadas memorables del 17 de octubre de 1945 y 17 de noviembre de 1972.



La lucha le ha sido impuesta siempre al movimiento, que obtuvo sus victorias, inobjetables, por el camino de las urnas, y fue desalojado del gobierno por las armas; además de reconocer sus contrastes electorales y entregar el mando en alternancia pacífica según las reglas de la democracia. Sacar mayorías contundentes no ha sido ni es su falta, porque ninguna Constitución del globo impone límites a la voluntad del elector. En todo caso, la falta perteneció y pertenece a opositores divididos, sin propuestas claras ni prestigio sólido, y con críticas irascibles a todo lo realizado.



De todos modos, es indudable que el acceso de una multitud de ciudadanos a los efectos concretos de los valores solidarios de la inclusión social y cultural es irreversible; lo que define bien el “nunca menos” de las conquistas populares. Baste ver las dramáticas imágenes de un mundo en crisis por la criminalidad financiera, que niega estos derechos en tantos países atados al ciclo vicioso de la dependencia, el ajuste y la recesión, comandados impúnemente desde Wall Street.





La política como construcción doctrinaria y orgánica




Entre las enseñanzas de este último período debemos reafirmar a la política como construcción doctrinaria y orgánica, sobre el esfuerzo de la militancia y su grado de sensibilidad y contacto social. Los intelectuales por sí no constituyen ideología, y los pensadores valiosos lo que hacen es interpretar, con cierto método y estilo, aquello que reflejan las vicisitudes y la conducta de un pueblo, junto a sus aspiraciones legítimas de cambio de sistema o de etapa.



Si esto vale para los “intelectuales” propios y ajenos, que suelen dar consejos irresponsables, vale mucho más para la impostura mediática de personajes ubicados en los extremos de la intemperancia o el resentimiento. El voto, tarde o temprano, castiga estas actitudes contrarias al sentido de realidad y tolerancia, máxime cuando, aquellos que se dicen desplazados de la oposición, amenazan con “encabezar la resistencia”. ¿La resistencia a qué?..a la democracia.



Por el contrario, y más allá de las diferencias numéricas, que fueron importantes, se demuestra la validez de las fuerzas políticas con tradición y arraigo -peronismo, radicalismo, socialismo-, en comparación con los partidos fugaces producto de una ambición personal desubicada de la historia. Sin duda, hay crisis que remontar con autocrítica incluida; y a veces la discusión apasionada lleva a la bifurcación, pero después se impone volver al origen sin renunciar a las ideas de actualización o corrección que corresponda imprimir.



Por lo demás, el “riesgo de desequilibrio” en la estructura del poder y en el ámbito parlamentario, con que tratan de asustar los monopolios mediáticos, no pertenece a la simple expresión de un resultado comicial. En la dinámica de la acción política, el equilibrio, la ponderación y el balance en cada caso y tema, responden especialmente a la prudencia simultanea del oficialismo y de la oposición; y en particular, a la voluntad de ambos de lograr consensos necesarios para la formulación de las políticas públicas fundamentales con sentido de permanencia.



El tríptico Estado-Derecho-Administración nos impone obligaciones a todos, porque los argentinos somos responsables en bloque de muchos de los problemas que sufrimos desde hace largo tiempo. Entonces, es hora de encarar el desarrollo institucional imprescindible para garantizar la continuidad del proyecto nacional por encima de todo individualismo. De consolidar la seguridad física y jurídica del país, con la actualización legislativa que falta. Y de luchar en todos los frentes contra los focos de corrupción y las incompetencias de la burocracia.





El regreso de la juventud a la militancia




En la versión más razonable de una reseña crítica de las ideas políticas actuales, el triunfo presidencial del 23 de octubre de 2011, festejado especialmente por la juventud, ratifica la participación de ésta en un período de transición ideológica, que la sitúa al borde de una renovación de la militancia como herramienta de transformación estructural. Con el antecedente de la masiva, pacífica y jubilosa celebración del bicentenario, tal hecho significativo simboliza el presagio de un gran destino argentino. Esto puede ser reconocido, en principio, por todos.



De cualquier modo, es el camino elegido por nuestras nuevas promociones para salir de la indiferencia civil por ausencia de perspectivas, y eludir el relato mediático de la sumisión económica de la década del 90, sin ninguna conexión sincera con la gravedad de la realidad social. Esta conducta positiva, sin mengua de su maduración en el tiempo para entroncarse con el curso de una historia viva, expresa quizás la anticipación de la próxima etapa del proyecto nacional, no reiterando el vacío de otra frustración colectiva.



El análisis debe ahondar el concepto, porque no hay alegría sin esperanza, ni esperanza sin confianza. Cuestión que aclara la convocatoria directriz de la Presidenta, para organizarse de manera territorial, más que grupal, con el objetivo de perfeccionar lo logrado y defenderlo como propio. Es decir, para que el país movilizado pueda controlar la construcción del porvenir a pesar de las amenazas globales. El llamado es oportuno, en especial si hay vocación de síntesis de los sectores juveniles con las generaciones veteranas forjadas en la lucha, y cuyo testimonio activo no es meramente evocativo o nostálgico.





El trabajo como organizador de la comunidad



De la misma manera, es crucial que se asimilen las lecciones del pasado marcado con el enfrentamiento, manipulado por intereses extraños, entre la juventud de clase media y los trabajadores. Por ese motivo, que señala la incapacidad de la violencia para sustituir la evolución gradual por la educación y la organización de la política, es conveniente el encuentro pleno con el mundo del trabajo, que tiene una connotación primordial en la concepción justicialista de una comunidad equitativa.



Para nosotros, en efecto, el trabajo trasciende el límite economicista de la remuneración para subsistir, a costa de la explotación sin amparo ni derechos; y constituye el eje organizador eficaz de la sociedad en el marco de un nuevo Estado, articulador de los intereses sociales del conjunto. Así, además, se erige en el promotor de una cultura de la producción y del conocimiento, de la cual depende la marcha hacia niveles más transparentes y profundos de igualdad en el esfuerzo de creación y distribución de la riqueza.



Esta es hoy, sin duda, la motivación de un sindicalismo que, por ello, debe actualizarse y mejorar sus procedimientos para corresponder a la lealtad de sus bases, que ha sabido superar con unidad toda clase de dictaduras y presiones plutocráticas. En última instancia, es imperioso recuperar las experiencias decisivas de la irrupción consciente de los trabajadores organizados en la historia argentina, para acompañar los reclamos genuinos de una democracia integral: política, social y económica, cuyo advenimiento histórico es inexorable.





Buenos Aires, 25 de octubre de 2011.



Julián Licastro


GB

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